“Estaba yo en el vientre, y el Señor me llamó; en las entrañas maternas, y pronunció mi nombre”. Así expresa Isaías la esencia de su vocación. Otro profeta, Jeremías, también dice palabras semejantes: “Antes de formarte en el vientre, te escogí; antes de que salieras del seno materno, te consagré. Te nombré profeta de los gentiles”. Un poeta que no fue profeta, pero nos prestó sus palabras para orar en los Salmos, tiene una experiencia parecida: “Tú has creado mis entrañas –le reza a Dios–, me has tejido en el seno materno, porque son admirables tus obras”.
Siglos después, también otro profeta se revuelve en el seno materno y salta de alegría porque intuye la presencia de Dios: es Juan Bautista, en el seno de su madre Isabel, ante la llegada de María embarazada de Jesús.
¿Qué tendrá el vientre materno para ser testigo de tan cruciales momentos? En el fondo, la medicina moderna no ha hecho sino corroborar la importancia de esta etapa fundamental y fundante de nuestras vidas: los meses que pasamos, antes de nacer, en el seno de nuestras madres.