“Nuestros huesos están secos, nuestra esperanza ha perecido, estamos destrozados”. Son palabras pronunciadas hace dos mil quinientos años. Las escribe el profeta Ezequiel, hablando en nombre de su pueblo que se siente como un conjunto de huesos muertos, sepultados y sin esperanza ninguna de futuro.
Pero Dios, por medio del profeta, convoca al Espíritu desde los cuatro vientos y da vida y forma a todos esos huesos que simbolizan a la casa de Israel. Dios lo puede todo: cuando no hay esperanza para el hombre, incluso cuando no hay vida, el Espíritu todo lo renueva.