Apacienta mis ovejas

Cuando está reciente el nombramiento del nuevo obispo de Ciudad Real, Don Gerardo Melgar Viciosa, leemos en nuestra liturgia el diálogo entre Jesús y Pedro sobre el tema del Pastor.

Fue el primer nombramiento pastoral de la historia de la Iglesia. Jesús resucitado se aparece a sus discípulos por tercera vez, en la madrugada de un duro trabajo en el lago, sin fruto.

Como en la primera hora junto al mar, el oficio de pescadores vuelve a ser el símbolo de la llamada. Sin Jesús, la pesca es infecunda: los “pescadores de hombres” lo son en nombre de Jesús, con Jesús, más allá de la noche de sus esfuerzos, en la escucha luminosa del Señor presente entre los suyos. Sin Jesús no hay pesca; sin comer con él no hay resultados.

Junto a la imagen de la pesca, en el posterior diálogo entre Jesús y Pedro aparece una nueva imagen, aún más bíblica: la imagen del Pastor. Orígenes dice que Jesús-Piedra nombró Piedra a Simón, Jesús-Pastor nombra Pastor a Simón. Simón no es nada sin Jesús. Él es la piedra, el pastor y el pescador; Pedro es su compañero, por siempre.

Llama la atención lo que Jesús le exige a Pedro para nombrarlo pastor de su rebaño. No se trata de ninguna capacitación especial, ni siquiera de una cercanía a las ovejas: el único requisito es el amor al Pastor. El rebaño es suyo, en su nombre ha de ser pastoreado.

La pregunta se repite tres veces. Por tres veces había negado este pescador al Pastor, el discípulo al Maestro. Ahora, la triple confesión de amor sana todo el pecado pasado: Cristo vive y renueva el seguimiento, haciendo posible la superación del fracaso de los suyos.

Ser nombrado pastor por Cristo significa vivir en la obediencia y la entrega: “Otro te ceñirá y te llevará a donde no quieras”. Todo nombramiento pastoral conduce, de una forma u otra, al martirio.

Detrás de ellos, está el discípulo amado: “¿Y éste?”, pregunta Pedro. “¿Qué te importa a ti?”, responde Jesús. Cada uno tenemos nuestro sitio y nuestro tiempo, nuestro pequeño rincón para amar al Maestro y obedecer al Hijo. Pedro debe concentrarse en su tarea, sin mirar ni compararse con la tarea de los otros. Todo ministerio es bueno, todo tiempo es favorable para obedecer y entregarse.

El amor al Pastor no es solo el requisito previo para el nombramiento: es la condición indispensable para ejercer la tarea. Jesús resucitado es el protagonista de nuestra Iglesia: por eso hay pastores, por eso hay obispos.

Rezamos al Pastor por nuestros pastores: los de ayer, los de hoy y los de mañana. En ellos, palpamos la cercanía del Señor, “que no deja de mandar a su mies trabajadores y hace que, cada aurora, a la puerta del aprisco, nos aguarde el amor de sus pastores”.

“Bendito el que viene en nombre del Señor”. Tiempo pascual para esperar. El mejor fruto de Pentecostés para nuestra Iglesia será la llegada de su nuevo pastor, sucesor de los apóstoles, en esa historia que se inició junto al lago y que Jesús resucitado convierte en real por todos los siglos.

Agradecemos como Iglesia nuestro futuro y agradecemos también nuestro pasado, en sus pastores-obispos que nos fueron enviados y que siguen siendo parte viva de nuestra Iglesia en camino. Agradecemos –más allá de nuestra sinceridad y cordialidad humanas– como fruto de nuestra fe: creemos en las mediaciones, creemos en que el Pastor conduce realmente cada día de nuestra Iglesia.

Junto a nuestros pastores, seguiremos aprendiendo a amarle a él, pastor de todos, seguiremos ejercitándonos, a la sombra de su cruz victoriosa, en los caminos de la misericordia.

Manuel Pérez Tendero