COMO UN POZO PROFUNDO

La comparación es un recurso literario utilizado ampliamente en la historia de la humanidad para ampliar horizontes en la comunicación: “Su alma era oscura como una noche sin luna”. Establecer relaciones es una de las claves del lenguaje; porque el ser humano es misterio y todo lo real es misterio: las palabras no alcanzan a expresar la complejidad de la vida. El lenguaje se ayuda a sí mismo y, a través de relaciones, se consigue llegar a más, expresar realidades más profundas.

Cuando desaparece el “como” la comparación da paso a la metáfora: “Vosotros sois la luz del mundo”; “tú eres mi vida”. El lenguaje se condensa y se exige un esfuerzo mayor de interpretación: ¿En qué sentido podemos ser nosotros luz ante el mundo? ¿En qué dimensión significo yo vida para esa persona?

La comparación puede también enriquecerse a través de la parábola: “El Reino de los cielos se parece a un hombre que echa simiente en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo la cosecha ella sola”. La comparación se ha convertido en la trama de un relato, es una comparación desarrollada. Esta narración suele tener una moraleja, se diga o no en la parábola.

Según la Biblia, fue el rey sabio Salomón el gran inventor de la comparación y la parábola. En la tradición judía, gracias a las parábolas y los proverbios iniciados por Salomón, la Ley se ha hecho accesible para todos.

“Esto puede compararse con un pozo profundo lleno de agua, de agua fresca, suave y buena; pero nadie podía beber de ella. Llegó un hombre que unió cuerda con cuerda, soga con soga, sacó de allí y bebió. Y todo el mundo se puso a sacar y a beber. Así, de parábola en parábola, Salomón penetró hasta el secreto de la Torá. (Rabí Hanina). Una preciosa parábola rabínica para explicar la importancia de las parábolas…

Jesús, fiel a la tradición de su pueblo, también usó la parábola como método para enseñar. Y lo hace de una forma aún más significativa que los demás maestros del judaísmo. El tema de sus parábolas, además, es un tanto diferente: ya no se trata de explicar lo profundo de la Ley para poder cumplirla, sino de dar a conocer el Reino y sus paradojas, de anunciar la cercanía real de Dios a la historia de los hombres.

La diferencia de tema –Ley frente a Reino– se convierte también en una diferencia de significado: Jesús no es solo Maestro, sino agente del Reino. Con sus parábolas, Jesús no solo explica lo que es el Reino, sino que lo trae, como con sus milagros; eso sí, en forma sencilla, pequeña, como una semilla. ¡Por eso es el tema del sembrador y la semilla el que más se repite en sus parábolas!

En Jesús, su vida y su palabra se entrecruzan de forma total. Existe una relación intrínseca entre su mensaje y su comportamiento. Las parábolas explican su forma de actuar, como deja bien claro la del hijo pródigo: quiso explicar por qué comía con publicanos y pecadores (hijo menor, pecador) a los fariseos y escribas (el hijo mayor, que nunca se marchó de casa).

Las parábolas de Jesús, junto a sus gestos, nos enseñan en acto quién es su Dios: el Padre que ama incondicionalmente, el pastor que busca la oveja descarriada y se alegra enormemente al recuperarla, el Dios paciente que no impone su cariño ni separa de forma maniquea a los buenos de los malos.

Al mostrar el rostro de quien le envió, Jesús también se muestra a sí mismo en sus parábolas. Él es sembrador, profeta de misericordia, hijo que nos trae el amor de un Padre, pastor bueno que da la vida por las ovejas que el Padre le ha dado, amigo que nos abre su corazón repleto de Dios.

“Entender las parábolas” es algo más que comprender un mensaje. La parábola no solo explica, de forma sencilla, el misterio de la vida, sino que establece una relación. El Reino no es sino una “historia” de Dios con el hombre que ya ha comenzado y que, al ser contada, nos invita a entrar en su trama.

Manuel Pérez Tendero