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No todos los varones tenemos la experiencia de la paternidad; pero todos hemos tenido, de una forma u otra, la experiencia de haber vivido frente a un padre: otro ha sido padre para mí y me ha permitido experimentar la vida como filiación.

La autoridad del padre es un servicio para que aprendamos a apreciar la vida como regalo y como camino. Los hijos son más importantes que los padres: por eso creemos en la autoridad y afirmamos la obediencia como camino seguro para aprender a madurar. La filiación es la condición fundamental del ser humano; la paternidad, en cambio, es una misión.

Ahí radica una de las mayores maravillas de este mundo: otros han dedicado su vida a que yo aprenda a vivir; se han entregado a mí antes incluso de conocerme, me han querido sin que precediera ningún merecimiento por mi parte. ¿Existe algo más parecido al amor de Dios?

Es posible que solo en el cielo sepamos apreciar la figura de nuestros padres; es posible que solo la eternidad sea suficientemente larga para agradecer tanto amor regalado.

Normalmente, lo que está ahí sin que nosotros lo hayamos buscado ni construido no solemos apreciarlo: lo damos por supuesto, creemos merecerlo. La crisis de la sociedad y la familia, la crisis humana profunda que estamos viviendo, nos está haciendo ver que el amor paterno no es algo mecánico y fácil; muchos varones declinan su responsabilidad de educar y amar a sus hijos; no quieren que la llegada de otro, indefenso y necesitado, les cambie la vida y trastorne sus planes.

A veces, tenemos que perder las cosas para saber valorarlas. A menudo, solo cuando es tarde queremos acariciar las manos que se llenaron de cansancio y sudor por sacarnos adelante.

La muerte es también escuela de filiación y de vida. Necesitamos la resurrección para amar en plenitud; la necesitamos, ante todo, para agradecer todo el amor que hemos recibido, a menudo sin saberlo. Necesitamos reencontrar el rostro paterno para ser nosotros mismos y afirmarnos en plenitud frente a quien nos dio la vida.

No es fácil ser padres, no es fácil ayudar a los otros a ser hijos. No es fácil entregarse y dedicar tu vida a la felicidad del otro. No es fácil; pero, cuando se ama, es posible y reconfortante.

Una de las experiencias más bellas de la vida es comprobar que tu padre es feliz ejerciendo de padre, que es feliz frente a ti, que te mira desde toda su historia, desde muy hondo, y te ama.

Ser padre es un ejercicio de humildad, de pequeñez: darte por otro cuando nos dicen que la vida que más vale es la propia. Es un ejercicio de entrega, de pérdida, que nos hace encontrar el rumbo de la verdadera felicidad.

La esponsalidad y la paternidad, la fidelidad, son los mejores medios educativos para hacer madurar al varón, para hacerlo feliz. Y es el mejor camino para cimentar personalidades serenas y equilibradas en el futuro de los hijos.

Dios es Padre, es origen, es amor. Nuestros padres se han revestido un poco de Dios cuando nos han transmitido la vida; en Su nombre, han cumplido la misión, pueden regresar al regazo del Padre de todos con satisfacción y descanso, con alegría muy honda.

Somos lo que somos porque hemos sido amados; nuestras raíces y nuestro futuro crecen en la tierra buena del esfuerzo de otros.

Doy gracias a Dios Padre porque me ha regalado la entrega de un hijo suyo que ha sido padre para mí, rostro que espero encontrar más allá de la muerte; porque el amor que se entrega no puede tener fin.

Manuel Pérez Tendero