UN POZO, UNA CIUDAD

En la antigua entrada a la iglesia de Santiago, en Ciudad Real, debajo de la torre, existen restos de unas pinturas en negro que se conservan en muy mal estado. En la parte más alta de la bóveda se puede ver la representación del cielo, con el sol en el centro y los cuatro vientos en las esquinas; también acompañan el conjunto una serie de estrellas. A los lados de la diminuta bóveda se adivinan unas pinturas de mucha mayor calidad, pero que se han conservado muy mal.

En el lado izquierdo, según se entra, se observa un niño subido a un árbol, cortando unas ramas. La cabeza de Jesús de Nazaret sobresale por encima de las otras dos o tres cabezas que se ven. Parece sentado, y está en actitud de bendecir. En la esquina más interior, un edificio parece representar una ciudad, con un personaje a la puerta. A pesar de la mala conservación, se puede intuir fácilmente que se está representando la escena bíblica de la entrada de Jesús en Jerusalén. La entrada se realiza en dirección a la iglesia, en la misma dirección en que el fiel entraba a la celebración litúrgica.

¿Por qué esta representación en la puerta de entrada? Parece fácil, también, intuir el sentido. El arte no es adorno de mayor o menor calidad, tampoco se queda en la mera devoción: es un servicio a la liturgia. Rodeado por esta representación, el fiel que se acerca a la Eucaristía es invitado, como los discípulos, a entrar con Jesús a Jerusalén. Allí se va a desarrollar su Pascua, su entrega y resurrección; la cena, la oración, el juicio, la muerte, la sepultura, la resurrección; en definitiva, la redención del hombre por parte del Hijo de Dios. Entrar a la iglesia, adentrarse en la liturgia de la Iglesia, por tanto, es participar con Jesús en los momentos clave de la redención. El templo parroquial es Jerusalén, memoria de la ciudad histórica que contempló los días de la Pascua del Hijo de Dios; y también es Jerusalén futura, promesa y celebración de nuestro triunfo en seguimiento del triunfo del Maestro.

Esta es la principal procesión de Semana Santa, la principal procesión del año: entrar con Jesús en Jerusalén, participar en su memoria, construir nuestro futuro junto a él. El fiel no se queda fuera, no se convierte en observador. Jerusalén estuvo repleta de masa, de observadores y comentarios. Pero no es a eso a lo que nos invita Jesús a los que nos ha llamado a ser discípulos. La entrada a Jerusalén conducirá a la Cena, al momento de intimidad con el Amigo. Más tarde, conducirá al Pretorio, a la hora de la verdad y del juicio. Por fin, saliendo de nuevo de la ciudad, acompañar a Jesús nos llevará al Calvario y al sepulcro… Hasta que él nos sorprenda con el vacío dejado en la piedra por la Vida.

Volvamos a la entradita de la parroquia de Santiago. En la parte derecha de la pequeña bóveda tenemos otra escena, más difícil de reconocer. Se intuye que Jesús está allí por el halo de su cabeza. Hay también un árbol, en paralelo con el de la pared izquierda. Del árbol parece colgar una polea. A la izquierda, unos personajes señalan esa escena. ¿De qué se trata? No es fácil. Si la polea indica un pozo, estamos, muy probablemente, ante la escena de Jesús con la samaritana en el pozo de Sicar (Jn 4).

La mujer de Samaría fue a buscar agua; y Jesús, sentado al mediodía junto al pozo, le pide de beber a aquella mujer. Ella se sorprende, surge un diálogo. Al final, es ella la que le pide de beber a Jesús. Como dicen los Santos Padres: Jesús tenía sed de la fe de aquella mujer; ha venido a pedir un poco de agua para dar en abundancia su agua de vida que salta hasta la vida eterna.

¿Por qué esta escena en la puerta de la iglesia? El templo parroquial, además de ciudad, es pozo, fuente viva. Del cuerpo de Jesús, elevado en la Pascua, brotó sangre y agua como principio de los sacramentos de la Iglesia. El fiel, como la samaritana, viene a buscar el agua de la vida en el misterio pascual de la Eucaristía. Sabe que solo en él podrá saciar su sed existencial.

Manuel Pérez Tendero