Hacia el Domingo…18 de febrero de 2018: «UN ARCA PARA TODOS»

Los cuarenta días del tiempo de Cuaresma nos recuerdan a muchos acontecimientos del Antiguo Testamento que también duraron cuarenta días, o años. Especialmente, es claro el paralelo con el diluvio, en tiempos de Noé.

El relato del diluvio no es exclusivo de la Biblia; conocemos versiones mesopotámicas muy antiguas de este mismo hecho: Atrahasis y Gilgamesh son los mitos más famosos. También tenemos una versión parecida en el relato griego en torno a Deucalión y sus tres hijos.

El relato bíblico está bien arraigado en la historia de la humanidad; mucho antes de que la Palabra de Dios en persona se hiciera carne, las palabras de Dios ya estaban caminando, encarnadas, en diálogo con la palabra humana, fecundándola desde dentro y dialogando con nuestra libertad desde nuestro mismo lenguaje.

Cuando se comparan los mitos antiguos que incorporan el diluvio y el relato bíblico, se ven los parecidos y resplandecen, ante todo, las diferencias.

El fondo politeísta y mitológico del Antiguo Oriente ha desparecido en la Biblia. La causa del diluvio, según el mito de Atrahasis, es la superpoblación de la humanidad, que molesta a los dioses. En la Biblia, en cambio, el desastre es fruto del pecado de la humanidad, que tiene consecuencias desastrosas para ella misma, como sucediera ya en el relato de Adán y Eva.

El héroe Atrahasis sobrevive al diluvio porque engaña a los dioses, gracias al aviso que recibe del dios Enki, y construye un barco, introduciendo en él animales y pájaros. Noé, en cambio, sobrevive por voluntad de Dios, para que el castigo de la humanidad no sea definitivo, para preservar la vida y continuar la creación.

El arca tiene tres partes, como el templo de Jerusalén. También tiene forma de templo-ziggurat el arca de Gilgamesh. En Atrahasis, tiene las medidas de un cubo perfecto. El tema de las medidas es característico del profeta Ezequiel, cuando diseña el templo futuro donde Dios habitará en el corazón de Jerusalén. Parece que el arca construida por Noé frente al diluvio tiene que ver con el templo construido por Israel como arca de salvación frente al pecado del pueblo y de la humanidad. Ante al caos que provoca el pecado, el templo, la presencia de Dios, pretende ser un principio de orden, de reconstrucción, de esperanza hacia el futuro.

Las aves que vuelan y señalan el final del diluvio también aparecen en Gilgamesh, cuyo héroe del diluvio se llama Utanapistim. Al final del diluvio, Noé ofrece sacrificios, como en los mitos mesopotámicos, y Dios despliega el arco iris como signo de una alianza para siempre con todos los seres vivos: el Creador se compromete a que nunca vuelva a repetirse el diluvio. En Atrahasis, la diosa-madre fabrica un objeto de lapislázuli para recordar que no debe repetirse nunca el desastre.

También hubo paloma en los cuarenta días de Jesús: antes del desierto, en el Jordán, el Espíritu desciende en forma de paloma, cerniéndose sobre las aguas del bautismo.

Dios ha construido el arca definitiva de la salvación. Es también un nuevo templo, presencia suya entre los hombres. La figura ya no es la de un barco, ni la de un santuario: tiene forma humana, camina con nosotros y comparte nuestra carne. Jesús de Nazaret viene a cumplir lo que simbolizaba el arca de Noé. También lleva a plenitud los sueños y proyectos de toda la humanidad, con sus mitos y búsquedas, con sus certezas y sombras.

Todas las especies de seres vivos son introducidas en su carne resucitada para atravesar las tinieblas del caos y arribar al puerto del Reino de la vida. El ser humano, a la cabeza de toda la creación, sube al arca, entra en su regazo, para iniciar un recorrido a través de las aguas y despertar en el mundo de la luz.

Esto es lo que la Cuaresma quiere recordarnos: estamos en camino, el caos nos acecha, pero tenemos un arca en la que todos caben. Como Noé, nos atrevemos a entrar.

Manuel Pérez Tendero