Hacia el Domingo…9 de junio de 2018: «EL CORAZÓN DE JUNIO»

“El corazón es lo más retorcido; no tiene arreglo, ¿quién lo conoce?” Son palabras pronunciadas y escritas hace dos mil seiscientos años. Los profetas de Israel supieron profundizar en el misterio del hombre y su libertad. Mucho antes que los grandes filósofos de Grecia. ¿De dónde les venía esa lucidez? ¿Desde dónde observaban la interioridad del ser humano? Desde la atalaya de la fe en un Dios único que ama al hombre.

Jeremías, y otros antes y después que él, supieron ver la clave del problema del pueblo en el corazón, en la persona, en su libertad, en sus decisiones responsables, en sus pasiones no educadas.

¿Podría estar sucediendo algo parecido en la actualidad? ¿Cuál es el origen más remoto y originario de los grandes problemas que nos acechan? ¿Está en la política y su mediocridad? ¿Tal vez en los vaivenes de la economía? ¿En la abundancia de medios para comunicarnos y distraernos? Jeremías tendría muy clara la respuesta: no. También lo dijo, seiscientos años después, el profeta de Nazaret: “Del corazón del hombre sale aquello que le contamina”.

Jeremías piensa que el problema es grave y no tiene fácil solución: “El pecado de Judá está escrito con buril de hierro; con punta de diamante está grabado sobre la tabla de su corazón”. El extravío del hombre, la mentira profunda que le confunde, se halla inscrita, como sello, en lo más hondo del corazón.

¿Podrán, desde fuera, cambiar el corazón o, al menos, paliar las consecuencias de sus pasiones oscuras? El profeta cree que no. Él solo atisba una posible solución, que repetirá unos años después su colega Ezequiel: que Dios nos cambie el corazón.

Si tenemos inscrito el pecado en lo más íntimo, Dios puede escribir sus mandatos también en las raíces del alma: “Llegan días –se atreve a anunciar el profeta– en que Dios escribirá su Ley en nuestros corazones y podremos conocerle”. Entonces, el bien no será una obligación impuesta desde fuera, sino deseo profundo que nos brota del alma. Entonces, el pecado grabado en el corazón quedará borrado por una escritura más fuerte, a fuego de Espíritu.

La promesa de Jeremías es preciosa, y quedó escrita para las generaciones futuras. Pero, ¿se ha cumplido? ¿Ha sido transformado el corazón del hombre de modo que todo lo que le brota de dentro sean el bien y la belleza? No parece que las palabras del profeta hayan encontrado eco en los hombres que hemos venido después. ¿O, tal vez, sí?

Los escritores del Nuevo Testamento se atrevieron a ver cumplida la promesa de Jeremías. Existe un corazón humano, de carne, que tiene sellada a fuego la alianza, la voluntad de Dios, el bien sin fisuras, la bendición eterna: es el corazón de Jesús de Nazaret, atravesado en la cruz para rociar nuestras vidas con el agua limpia de su inocencia libre.

La devoción al Sagrado Corazón de Jesús tiene antecedentes antiguos. No es una cuestión de la época moderna: hunde sus raíces en la espiritualidad medieval y en los escritos de los Santos Padres de la Iglesia, en los albores del cristianismo. Más allá, incluso, se pueden atisbar sus orígenes en las promesas de los profetas y su cumplimento en la persona de Jesús, en los escritos de la nueva alianza.

Es posible que nuestras imágenes devocionales del Corazón de Jesús no estén a la altura de la hondura del misterio del corazón del Hijo de Dios, que se desborda de amor paterno hacia todos. Dios ha tomado posesión de un corazón humano, de pura carne débil, para llegarse hasta nosotros, para poder tocar nuestra humanidad herida con la fuerza de su divinidad desbordante.

La Iglesia siempre ha querido ver en este mes de junio, a la espera del calor del verano, una oportunidad para meditar en el calor de Dios, en su amor infinito que palpita por nosotros en la afectividad de un hombre, Jesús.

Manuel Pérez Tendero