No se llama Isabel ni Juan ni Alberto. Hoy la que busca empleo es la dignidad: Esa que se queda por el camino cuando un parado va a buscar un puesto de trabajo con el que alimentar a su familia; esa que tambalea cuando un recién titulado universitario decide cambiar de rumbo porque “no encuentra trabajo de lo suyo” –de su vocación-; esa que se pierde cuando un empleado lleva dos décadas trabajando en la misma empresa y, ahora, a los 47 años, le dicen que echan el cierre y que se tiene que ir a la calle.
Mientras la sociedad avanza a un ritmo vertiginoso, el mundo laboral retrocede a la velocidad de la luz, la misma luz que una persona encuentra cuando recupera la dignidad en forma de trabajo con el que realizarse, desarrollar su vocación y prestar un servicio a esa sociedad que se resiste a echar el freno.
El empleo, sobre todo si es estable, es un pilar fundamental a la hora de formar y mantener una familia.
Las verdaderas redes sociales se tejen en el trabajo o a través de él, entrando en comunión con los demás y compartiendo tareas que confluyen en un proyecto común.
En definitiva, nuestra profesión nos ayuda a trascender y a salir de nosotros mismos en busca del otro, nos humaniza.
Como señala el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia: “Descubriéndose amado por Dios, el hombre comprende la propia dignidad trascendente, aprende a no contentarse consigo mismo y a salir al encuentro del otro en una red de relaciones cada vez más auténticamente humanas”. (Compendio DSI 4)
Equipo de Pastoral Obrera