TESTIMONIO DE UN MATRIMONIO EN CAMINO
Despunta el día de un día cualquiera del Camino y a la voz potente de “Buenos días peregrinos”, comenzamos a desperezarnos tras una noche de descanso. Hemos relajado cuerpo y mente y estamos dispuestos para asimilar otro maravilloso día.
Nuestras mochilas están preparadas. Cada una con su carga física y emocional, la mía en especial, pesa un poco más, pero espero ir dejando atrás todas esas cosas superfluas e insignificantes, para llenarla de lo que realmente importa.
Tras el aseo personal y el desayuno, hacemos la oración de la mañana y emprendemos la marcha. Comenzamos con una hora de silencio, en la que solo se escucha el ruido sordo de nuestras pisadas y la respiración de los caminantes. El paisaje me desborda, mis sentidos se ponen a flor de piel: el canto de los pájaros, el agua que fluye de los arroyos, el olor a eucalipto… todo se entremezcla con mis pensamientos, ofreciéndome un buen rato de tranquilidad solo rota al grito de “hale, hale” de ánimo de uno de los peregrinos. La hora de silencio, de meditación se ha acabado, pero a lo largo del día vendrán más…
Hoy el camino es bastante duro; subidas, bajadas y con los pies llenos de ampollas, pero mi bastón de apoyo me ayuda a asegurar mis pasos desde que un día decidimos emprender juntos el camino de la vida.
A media mañana nos esperan los encargados de intendencia con un manjar, un buen bocata de pan gallego que nos hace reponer energía. Proseguimos el camino hasta nuestra meta diaria, compartiendo agradables momentos de conversación con el que se va poniendo a tu lado. Al llegar al pueblo en cuestión, todo está listo para nosotros y vamos ocupando pequeñas parcelas de un gran pabellón, que servirán de residencia para el resto del día.
Una buena ducha nos relaja.
La enfermería se prepara para curar a esos que nos llevan un ratito a pie y otro caminando. Mientras, los más valientes, se atreven con una merecida y saludable “Estrella Galicia”.
Llega la hora del “rancho”, un rap nos sorprende el primer día al bendecir la mesa. El segundo, todos lo cantamos. La comida nos reconforta, el café y la siesta nos recompone, la Eucaristía de la tarde nos alimenta.
Aprovechamos la tarde para alguna actividad y la visita al pueblo.
Llega la noche, con la noche el silencio, con el silencio…el descanso.
Nuestra experiencia en el camino como matrimonio nos ha ayudado a fortalecerlo, hemos tenido “instantáneas” de risas, de cansancio compartido, también hemos llorado, hemos disfrutado momentos muy intensos. Es una vivencia única en la que te das cuenta que no andas solo, que no eres un “vaga mundo” sino que somos personas dependientes del resto con un mismo camino por recorrer, con diferentes etapas difíciles, pero superables para llegar a la meta: DIOS.
En este testimonio solamente me hago mera trasmisora en palabras de los sentimientos compartidos de una pareja en CAMINO.
Solamente me queda agradecer a los cincuenta y ocho peregrinos restantes, el haber coincidido y compartido con ellos “el camino”, “su camino”, para hacer “NUESTRO CAMINO”.
Antonio Gómez-Rico y M. Carmen Camacho Romero