¿De dónde provienen las guerras y divisiones? Es la pregunta que se hacía uno de los más audaces escritores de los inicios del cristianismo, Santiago: ¿De dónde proceden las guerras y los conflictos entre vosotros?
Esta pregunta cobra total actualidad entre nosotros. Podríamos preguntarnos lo mismo si miramos a España, o a Siria, África… También es pertinente esta pregunta, como en tiempos de Santiago, aplicada al interior mismo de la Iglesia, o al corazón de nuestras familias y los matrimonios que las cimientan. Más allá, incluso, podemos preguntarnos por la división interna del propio ser humano.
A menudo, nos limitamos a señalar las posibles consecuencias, sobre todo económicas, de esas divisiones, pero no sé si hay muchos que se atreven a analizar las causas. ¿Llevará razón, al final, Marx y todo debería reducirse al factor económico?
¿No hay nada más allá de las finanzas y el dinero? ¿No hay nada más allá de las consecuencias inmediatas de lo que hacemos? Ir a la raíz, preguntarse por las razones y motivos: ahí está una de las claves para resolver los conflictos del hombre.
Santiago, en su breve carta, no solo eleva la pregunta a sus destinatarios: se atreve también a dar una respuesta: ¿No proceden las divisiones de los deseos de placer que combaten vuestro cuerpo? La codicia y la ambición llevan a la lucha, incluso al asesinato.
Los deseos de ser más, de tener más, de mayor poder: ahí radica una de las claves de nuestros males. Algunos autores existencialistas dirían que, en el fondo, llevamos un niño frustrado en nuestro interior, una infancia herida que busca sanar de forma errónea en lo exterior.
La violencia, normalmente, no proviene de un sentimiento de superioridad arrogante; suele haber algo más profundo: el complejo de inferioridad, no sentirse a gusto con uno mismo, llevar la herida de no haberse sentido amados en el pasado. La necesidad de someter al otro suele brotar de un sentimiento de inferioridad, de búsqueda de compensación.
La madurez de las personas y los pueblos es la clave de la paz y la armonía de las sociedades. Para ello, no son suficientes las leyes, ni la lucha contra las consecuencias de estos males: es necesaria una pedagogía de la paz, del amor, del encuentro, de la capacidad de perdonar y ser perdonados; es necesario ayudar a construir personas maduras que saben afrontar las dificultades de la vida, la frustración y el error.
El factor humano, mucho más que el económico, es la causa y la solución a los problemas de división en nuestra sociedad más cercana y de las guerras en los países más lejanos. Es la clave para solucionar los problemas de violencia allí y aquí, en la familia y en todas las dimensiones de la vida.
El factor humano fue la clave para la construcción milenaria de España y ha sido también la clave para el sueño de Europa que, ahora, nos esforzamos por sostener.
Antes de Santiago, el escritor audaz, su Maestro ya nos había dejado dicho que quien quiera ser el primero, sea el servidor de todos; dijo también que en los niños, en la infancia, está la clave de la construcción de las comunidades y la sociedad.
Bernanos, escritor existencialista, decía que existen dos tipos de personas: las que han guardado la fidelidad a la infancia y los que la han perdido. La infancia es algo más que una etapa cronológica de nuestro pasado: es la raíz viva que sostiene con sosiego nuestras búsquedas y marca con su estilo nuestras relaciones.
¿De dónde vienen nuestras divisiones? ¿A dónde se dirigen? Espero que seamos capaces de sanar el corazón de la convivencia, el corazón humano.
Manuel Pérez Tendero