Hoy se celebra en toda España la Campaña de Manos Unidas con el lema “El mundo no necesita más comida; necesita más gente comprometida”. Atrevida frase que da con la clave de la solución a los problemas más importantes de la humanidad. El viernes, Manos Unidas nos invitaba a rezar por los frutos de esta Jornada; unos días antes, el martes, se presentaba esta misma Campaña en el teatro Quijano.
También este domingo, en el Seminario de Ciudad Real, nuestro obispo, don Gerardo, tiene un encuentro con matrimonios cristianos. En este mismo lugar de la carretera de Porzuna, varios niños y adolescentes de nuestra diócesis participan en el Segundo Encuentro David, convivencia para que los chicos conozcan el Seminario y aprendan a vivir desde jóvenes la búsqueda de la voluntad de Dios.
Con el Seminario tiene también que ver el auto sacramental de Pedro Calderón de la Barca que ayer se representaba en el teatro Quijano: La siembra del Señor (Los obreros del Señor). Lo organizaba la asociación Amigos del Seminario, en ese deseo de que la cultura también reciba la semilla fecunda de la vocación.
Un poco más lejos de la capital, en Herencia, un grupo de matrimonios, convocados por el movimiento Equipos de Nuestra Señora, realizan este fin de semana un retiro espiritual para enriquecer la fe y la vida conyugal.
Podríamos continuar el elenco de convocatorias para este fin de semana, sin incluir las actividades que se desarrollan en cada parroquia, en todos los rincones de nuestra provincia.
Quizá un poco abrumados, hemos de reconocer que nuestra Iglesia está viva, se mueve, se esfuerza y es creativa. Le preocupan los necesitados, los niños y jóvenes, los matrimonios y las familias; le preocupa la oración, le interesa la cultura. Desde que la Palabra se hizo carne nada de lo humano nos es ajeno.
La Iglesia pretende sembrar Evangelio y suscitar Vocación, es decir, respuesta agradecida al amor de Dios, que nos sostiene y nos da tarea para que nuestras vidas tengan sentido y se pongan al servicio de los demás.
Tal vez, lo más importante es que estas actividades tengan continuidad, que la siembra no nos canse; que, después de sembrar, sepamos cuidar el terreno y acompañar el crecimiento. Todo, con una actitud de profunda confianza, porque, como san Pablo les escribía a los cristianos de Corinto, uno es el que siembra, otro el que riega, pero quien hace crecer es siempre Dios.
No podemos sustituir su iniciativa ni la libertad de quien está llamado a responder. La siembra es siempre confiada y respetuosa, serena y sostenida.
Como en las parábolas de Jesús, como en el auto sacramental de Calderón, muchos son los trabajadores que se afanan en medio de las dificultades, interiores y exteriores, pero Dios va abriendo paso al trigo. La cosecha plena pasa por Belén y por el Calvario para resucitar a las puertas de Jerusalén y dársenos como comida en la mesa de la fe: allí todos pueden acercarse para recibir el perdón y habitar el futuro.
Nuestro trabajo no es vano: somos colaboradores del Creador, somos enviados del Resucitado, formamos parte de una gran familia de trabajadores que confían en la tierra y mirar al Labrador.
Hemos comido el trigo y, por eso, podemos seguir sembrando. Hemos visto el Hogar y, por eso, podemos seguir construyendo familia con ternura.
No faltará, ante todo, esa pausa que el Creador nos enseñó cuando inventó el sábado, esa mirada a las raíces y los frutos de nuestro trabajo que están en Sus manos. Ante todo, es domingo, día del Señor.
El campo es suyo. También la semilla, el fruto, el tiempo, el futuro. Y los trabajadores.
Manuel Pérez Tendero