Desde muy antiguo ha habido muchas personas que han visto una contradicción entre el Dios que presenta el Antiguo Testamento y el Dios-Padre que viene a revelar Jesús de Nazaret. Desde muy antiguo ha habido muchos creyentes que han rechazado la primera parte de las Escrituras. De hecho, hay muchos creyentes que, de hecho, las rechazan porque nunca se han atrevido a leerlas.
Uno de los argumentos más importantes para esta contraposición y rechazo está en las llamadas “antítesis” del Sermón del Monte; sobre todo, podríamos señalar la contraposición entre la ley del talión y el amor a los enemigos. Frente al “ojo por ojo y diente por diente” de la Torah antigua, el mandato de Jesús de amar y rezar por los perseguidores y enemigos.
Pero Jesús mismo, unos momentos antes, ha dicho que no ha venido a destruir la ley y los profetas, no ha venido a abolir, sino a dar plenitud. Es más, como razón principal para exigir el mandamiento de amor a los enemigos, utiliza una frase clave en el libro del Levítico, el corazón de la Torah: “Sed perfectos (santos) como vuestro Padre (Dios) es perfecto”. La santidad de Dios es la base, la causa y la posibilidad de la santidad de su pueblo, de sus hijos.
Como en el resto de los temas bíblicos, en la moral también ha habido una evolución, un camino. La revelación de Dios al hombre se ha desarrollado en la historia, ha tenido una pedagogía. Desde la propia experiencia limitada del hombre, Dios lo ha ido conduciendo para conocer la verdad; con pausa, respetando las etapas, con paciencia y visión de futuro.
La ley del talión es uno de los mejores ejemplos para comprender esta condescendencia del Dios de Israel, del Dios de Jesús.
“Ojo por ojo y diente por diente” no es la expresión de un deseo de venganza que la Escritura quiere incentivar. Es justamente lo contrario: un límite a la espiral de violencia que el mal inicia.
Cuando una persona me agrede, la tentación es siempre responder de forma desmedida, para vencer. Si me quitan un diente, la tentación es responder con una agresión mayor, llegando incluso a matar en esta espiral que la violencia siempre origina. Frente a esta tentación, para corregir los deseos de venganza en el ser humano, la ley del talión pone un límite: solo se puede agredir al agresor en la medida de su agresión.
Es verdad que esta actitud es del todo insuficiente para nuestra conciencia moral actual, al menos teórica; pero fue un paso fundamental en la educación moral de la humanidad en tiempos en que la conciencia de la dignidad de la persona no estaba aún desarrollada.
Esta es la clave: dar pasos. Quedarse en ellos es un error; pero también lo es juzgar los pasos desde la meta como insuficientes cuando, precisamente, ellos nos han traído a la meta.
Estamos llamados, por tanto, a interpretar el Sermón del Monte desde la continuidad, bajo las claves de la pedagogía de Dios. El amor a los enemigos está en la misma dinámica de la ley del talión: es un paso más, el definitivo, en esa carrera de la dignidad humana y la gracia.
A menudo, olvidamos esto y utilizamos el precepto de amor al enemigo como un arma arrojadiza, que es justamente lo contrario a lo que pide el precepto. Hemos de amar también nuestro pasado, nuestro camino; hemos de amar a las personas que no han llegado a escuchar la palabra definitiva sobre la altura moral del ser humano.
Amar nuestra infancia y sus límites, como los límites actuales. Amar nuestro pasado y sus límites, como los límites del presente. “Sed perfectos” significa esto mismo: “Llegad hasta el final”, no dejéis de dar pasos, estéis donde estéis.
Manuel Pérez Tendero