En la iconografía cristiana, san Pedro suele ser representado como un hombre mayor, con barba, generalmente calvo, y con unas llaves en su mano derecha.
El símbolo de las llaves proviene del evangelio según san Mateo, en el corazón del relato, cuando Simón confiesa a Jesús como Mesías e Hijo de Dios, y Jesús llama a Simón Piedra y le da las llaves del Reino.
Pero Jesús no fue original en la simbología de las llaves: la toma del profeta Isaías que, en nombre de Dios, pronuncia un oráculo sobre el mayordomo del palacio del rey. Se instituye un nuevo mayordomo, por la infidelidad del antiguo, y se le inviste para el cargo: la túnica, la banda y la llave del palacio, como signo de su autoridad.
Simón, por tanto, está llamado a ser el mayordomo del palacio del nuevo David, es decir, el mayordomo de la Iglesia del Mesías. Jesús reviste de una autoridad especial a uno de sus discípulos.
Junto a la imagen de las llaves, Jesús utiliza otra, quizá aún más famosa, la de la Roca. Simón se convierte en Cefas-Petrus-Piedra. La Iglesia-palacio del Mesías no solo tiene un nuevo mayordomo, sino un cimiento. El Reino no es edificio acabado, sino construcción en proceso, proyecto real que se va desarrollando. La fe de los apóstoles, la confesión de Pedro, la revelación que el Padre les regala sobre el misterio del Hijo, es cimiento de la nueva comunidad del Mesías.
Años más tarde, san Pablo también utilizará la simbología del cimiento para hablar de la Iglesia. En algunos textos, nos dice que el fundamento es Cristo; en otros, se habla de Cristo como piedra angular y se señala a los apóstoles como cimiento del nuevo edificio.
En el texto de Isaías sobre las llaves no aparece el tema de la roca, pero sí una simbología parecida aplicada a Eliacín, el nuevo mayordomo de palacio: “Lo hincaré como un clavo en sitio firme” le dice el profeta en nombre de Dios.
La imagen nos recuerda el momento en que se planta una tienda: los clavos afianzan la tienda en lugar seguro y sólido. No está lejos esta simbología de la de la roca; en el primer caso, se trata de una construcción nómada –la tienda–, que nos recuerda a la etapa del pueblo en camino por el desierto; en el segundo caso –el palacio–, se hace referencia a la etapa sedentaria del pueblo, con la ciudad de Jerusalén como patria definitiva y corazón de la tierra.
En ambos casos se trata de estabilidad. En otro texto del Evangelio –esta vez en san Lucas, en la escena de la Última Cena– también se relaciona la misión de Simón con este mismo tema: “No temas, Simón, yo he rezado por ti; tú, cuando te recobres, da firmeza a tus hermanos”.
El Reino, el Evangelio, la Iglesia, tienen que ver con la firmeza, lo mismo que la idea de la fe en las Escrituras. La religión, al menos la religión bíblica, nos es un conjunto de opiniones personales o sentimientos afectivos; no es, principalmente, una cuestión ética que nos divide entre buenos y malos. La religión tiene que ver con una vida afianzada, con cimientos. La fe es una cuestión de cimentación, de seguridad.
Pero no se trata de una seguridad en uno mismo y sus convicciones más profundas: es una seguridad en otro, es confianza en su palabra, es un vivir de su experiencia. Por eso, porque la fe y la Iglesia tienen que ver con una seguridad en el Mesías, es necesaria la misión de Pedro. El ministerio de Simón es un signo de la alteridad de nuestra fe, de su seguridad fundada en el amor. El ministerio en la Iglesia es una pedagogía de la verdadera fe, de la necesidad de la comunidad para vivir y para creer, de la necesidad del otro, de la necesidad de Dios.
Nuestro Dios es Trinidad, es comunión. Comunión es también nuestra fe y nuestra salvación. Comunión es la meta y el camino de nuestra religiosidad. Porque necesitamos a Jesús él nos ha regalado a Pedro.
Manuel Pérez Tendero