La resurrección de Jesús de Nazaret, ¿es un dato histórico o una realidad que se escapa a nuestros tiempos? Por otro lado, ¿es un dato de fe o un acontecimiento real?
La resurrección de Jesús de Nazaret es, ante todo, un misterio. Por tanto, escapa a todos nuestros intentos de dominio intelectual o afectivo. Pero es un misterio que se ha desarrollado en la historia, en este tiempo nuestro donde vivimos y sufrimos. Hemos de comprender este misterio desde el otro gran misterio al que sirve de colofón: la encarnación del Hijo de Dios, la entrada del Eterno en nuestra historia.
El sepulcro vacío que las mujeres encontraron aquel primer día de la semana que cambio nuestras vidas es un signo de que la resurrección es un misterio histórico: el cuerpo muerto de un hombre ya no está en el sepulcro: vive, ha superado la muerte. Por otro lado, ese cuerpo que vive es el mismo que murió: ahí están las huellas de la pasión en sus manos y en sus pies, en su costado abierto. Los evangelios se esfuerzan en decirnos que no es un fantasma, que es un cuerpo real: come y bebe, se le puede tocar…
Pero hay algo más, no podemos quedarnos con una sola dimensión: Jesús no ha vuelto a su vida anterior. La resurrección ha sido un acontecimiento escatológico, definitivo, que termina la historia y la trasciende. Jesús resucitado ya no muere más. Por eso, los discípulos tienen dificultades en reconocerlo; por eso, no pueden apropiárselo: atraviesa las paredes, se aparece y desaparece cuando quiere. En la resurrección de Jesucristo se unen la historia y la eternidad, el futuro y el presente. Desde el interior mismo de la historia, Jesús ha llevado a término la historia, le ha dado una meta, la ha transformado desde dentro para siempre, la ha redimido. El mundo ya no es libre para forjarse otro destino: todo lo real camina, inexorable, hacia su plenitud que ya ha sido alumbrada.
¿Dónde queda, entonces, la fe? ¿Y la libertad?
La resurrección de Jesús es un acontecimiento real, pero no se ha hecho patente para toda la humanidad: falta un tiempo para que todo sea transformado pascualmente en carne de resurrección. Es el tiempo de la fe, de la libertad, el tiempo del hombre que colabora con su redentor. Es el tiempo del testimonio: Jesús se ha aparecido a unos testigos elegidos, a aquellos que lo conocieron y siguieron en su camino humano; ahora, reconociéndolo desde la fe, se convierten en testigos de su Vida para que todos crean y se puedan incorporar libremente al movimiento del mundo que está resucitando.
No podemos elegir ser redimidos de otra manera, no podemos elegir el futuro por otros caminos: podemos aceptar o rechazar el camino que se nos propone; podemos elegir la meta que se nos ofrece o vivir sin una meta, podemos elegir la Vida que Jesús nos brinda o dejarnos arrastrar por la muerte.
Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad; esta es la misión de los testigos: que el mundo sea tocado con la carne del Resucitado para que empiece a vivir la vida para siempre.
Si toda la historia ha sido redimida desde dentro, también nuestra propia historia personal está llamada a resucitar con Jesús. Cuando envió a sus discípulos, los testigos contaron toda la vida de Jesús desde su resurrección; contaron, incluso, todas las Escrituras, toda la historia de la salvación desde esta nueva clave de la vida. ¡Ahora entienden al Maestro, ahora comprenden las Escrituras, ahora se quedan patentes los caminos de Dios!
También nosotros, desde nuestro futuro que alumbra hoy en Jesús, podremos contar nuestra propia biografía desde las claves de la vida y de la luz. Escribimos el relato de nuestra historia desde el argumento de lo definitivo; no estamos escribiendo una tragedia, ni una comedia, sino una historia de salvación, una biografía redimida, una historia con final en Dios.
La resurrección de Jesús es la clave de nuestra vida, de nuestra historia presente, y es el contenido de nuestra esperanza: el mal ha sido vencido, la muerte ha sido superada; con esta convicción de fe construimos nuestra vida y ayudamos a escribir la historia.
¡Feliz Pascua!
Manuel Pérez Tendero