Confucio, Platón, Buda, san Agustín… Todos hemos oído hablar de los grandes sabios de la antigüedad. Cada cultura ha tenido sus grandes hombres que han sabido dejar un poso de hondura y humanismo en la historia.
En la historia antigua de Israel, tal como nos la han transmitido los textos bíblicos, la gran referencia sapiencial es Salomón. Existen otros grandes sabios en todas las épocas: José, que llegó a ser visir de Egipto, Moisés, los grandes profetas, el escriba Esdras… Pero el gran referente es Salomón, el hijo del rey David, que construyó el templo de Jerusalén y reinó en el siglo X a.C.
Como en las tradiciones egipcia y griega, también la tradición bíblica piensa que el rey debe ser, ante todo, un hombre sabio, para poder guiar al pueblo por los caminos de la justicia y la paz. Los reyes y todos los gobernantes no eran solamente gestores de la economía o jefes del ejército, sino personas comprometidas en la justicia, en la libertad del pueblo y en el bienestar de los más desfavorecidos.
Salomón no es solo ejemplo de un gobernante sabio: ha pasado a la historia como modelo de un humanismo logrado. Los libros que se le atribuyen intentan ofrecer un camino de sensatez para conseguir la dicha en esta vida y más allá de ella.
Una de las características de Salomón, y de todos los sabios, es su jerarquía de valores. No se puede elegir todo, lo bueno tiene también un orden, existen unos bienes mejores que otros. Preferir lo correcto, elegir lo más valioso es una de las características del hombre sensato.
La vida nos presenta muchos caminos y nos ofrece muchos bienes: saber elegir lo correcto es la clave para acertar y llegar a la meta de una vida justa y feliz.
En concreto, Salomón ofrece un elenco de bienes que han sido puestos en segundo lugar para conseguir un camino logrado.
Salomón prefiere la prudencia y la sabiduría a los cetros y tronos. El humanismo, la justicia, la sensatez, han de estar por encima del poder. Creo que esta lección de Salomón tiene mucha actualidad en nuestras sociedades superficiales. Podemos observar a diario que muchos prefieren el poder por encima de todo, son capaces de sacrificar todo, también a los amigos, también la justicia y el bien, para detentar el poder. Es una de las tentaciones que Jesús superó en los comienzos de su misión, en el monte del desierto donde el diablo le ofreció todos los reinos de la tierra.
El pueblo debería aprender a no fiarse de aquellos que buscan el poder por encima de todo. Dice el papa Francisco que esto también puede suceder en la Iglesia, con la tentación de “carrerismo”.
En segundo lugar, Salomón dice preferir la sabiduría a la riqueza; piedras preciosas, oro y plata pierden su valor comparadas con la sabiduría.
Es otra de las grandes tentaciones de las sociedades superficiales: la riqueza como fin en sí misma, el dinero, la ostentación. Hay personas capaces de hacer cualquier cosa con tal de cobrar. Cuando estas personas se convierten en mayoría, esa sociedad está llegando a su decadencia definitiva.
En tercer lugar, Salomón se atreve a decir que prefiere la sabiduría también por encima de la salud y la belleza.
Es sintomático que, ya en aquellos siglos, vayan unidas ambas realidades. Ahora también corren muy parejas y una de las tareas de los médicos es embellecer los cuerpos de sus pacientes.
¿No superaríamos muchos complejos y ganaríamos en autoestima si la sabiduría fuera un valor por encima de la belleza? ¡Cuántos adolescentes frustrados por los modelos que se les presentan en televisión y en las redes sociales!
No todos podemos tener las medidas perfectas y ser los más atractivos, pero sí podemos ser sabios. ¡Cuánta infelicidad por desorientar los valores mejores de la vida!
Salomón nos invita a ser valientes y libres: elegir sabiduría es un bien que nos humaniza y que ayuda a todos aquellos con los que vivimos.
El poder, el dinero, también la belleza, pueden ser un arma para someter a los demás; la verdadera sabiduría sabe caminar siempre por las sendas del servicio.
Manuel Pérez Tendero