Un empleado recibió cinco talentos; otro, dos; un tercero, recibió solo uno. Cada uno, según su capacidad.
“Talento” es una medida de dinero; pero, debido a la influencia de la parábola de Jesús, ha pasado a significar esos dones especiales y capacidades que cada uno hemos recibido.
¿Cuántos he recibido yo? Normalmente, nuestra mirada suele ser comparativa: ¿cuántos he recibido yo en comparación con los demás? Nunca será pocos si los demás poseen menos; nunca serán muchos si los demás están por delante.
Aunque esta dimensión no aparece en la comparación, puede ser una de las causas de que los talentos recibidos no fructifiquen, como le sucedió al tercer personaje de la parábola.
También la Iglesia puede preguntarse cuántos talentos ha recibido de su Señor para poder invertirlos en su misión evangelizadora. Si leemos números y estadísticas, sobre todo si son transmitidos por medios de comunicación no muy favorables a la Iglesia, aparece, ante todo, la perspectiva comparativa: menos españoles se consideran católicos, menos bautizan a sus hijos, menos se apuntan a la clase de religión, muchos menos se casan por la Iglesia; donde no disminuye el porcentaje es en el número de entierros por la Iglesia…
¿Es posible que la Iglesia de hoy, especialmente en España, tenga menos talentos que la de hace unos años? ¿Es posible que nos falten grandes pensadores católicos, teólogos más profundos, políticos con carisma, obispos más mediáticos, santos con más radicalidad, familias con mayor arrojo en la transmisión de la fe?
Hay un dato esclarecedor que, por otro lado, no debe dejarnos tranquilos: en una sociedad que pierde paulatinamente sus valores, decrece la religiosidad. ¿Puede extrañarnos este dato? Cada día más en crisis y cada día menos creyentes: ¿tendrán alguna relación estas dos dimensiones?
Volvamos a los talentos. ¿Cuántos he recibido yo? ¿Con cuántos cuenta mi Iglesia en este momento, en esta tierra? La clave de la parábola de los talentos llega al final, en el oscuro porvenir del siervo holgazán que quiso conservar lo poco que había recibido.
Esta puede ser la gran tentación de la Iglesia: encerrarse en sí misma para conservar lo que tiene, esconder sus talentos, apartados del mundo, para no perder lo poco que le queda. Jesús de Nazaret nos dijo que habíamos de perderlo todo para poder sembrar el Reino. Él mismo, si lo interpretamos en cifras y tantos por ciento, fue un fracasado mucho mayor que lo que pueda llegar a fracasar la Iglesia actual. ¿Qué tanto por ciento de la población siguió a su lado en los últimos días? Las autoridades y la masa le dieron la espalda: ¿no será esta una constante del movimiento que él fundó?
El cristianismo no es una religión de élites elegidas: es llamada del amor de Dios a todos, empezando por los últimos. Pero esta llamada tiene un largo camino de respuesta: no se responde en masa, sino con la libertad de cada persona, en un recorrido largo de responsabilidad y crecimiento esforzado.
La parábola del pequeño grano de mostaza que crece y crece… Lo que importa no es el número de nuestros talentos, ni el tamaño de nuestra semilla. Lo que importa es el esfuerzo nuestro y la tarea del dueño de la mies, que hace crecer.
Siempre seremos semilla, siempre habrá tarea por delante; siempre venceremos con las armas de nuestro Maestro: la palabra y la cruz, la convicción y la humildad. No podemos vivir en la mentira de creernos grandes ni buenos: solo Dios lo es. No podemos crecer en la ilusión de que somos nosotros los importantes: son los pobres de este mundo, cada criatura pequeña que el Señor ha moldeado con sus propias manos. Nosotros, pobres siervos en sus campos. Él da el talento y concede los frutos; a nosotros nos toca sembrar, trabajar agradecidos y confiados: esta obra es, ante todo, suya.
Manuel Pérez Tendero.