“El Reino es semejante a un pastor que tenía cien ovejas. Una, la más grande, se perdió. Él, entonces, dejó las noventa y nueve y buscó a la otra hasta que la encontró. Tras el esfuerzo, le dijo: ‘Te quiero más que a las noventa y nueve’.”
Esta pequeña parábola fue encontrada, junto con otros muchos dichos de Jesús, en una colección egipcia que se denomina “El Evangelio copto de Tomás”. Es una versión antigua, en clave gnóstica, de muchos dichos de Jesús de Nazaret.
La parábola que hemos citado también aparece en los evangelios, similar hasta en los detalles. Pero existe una diferencia radical: la oveja perdida, según el evangelio apócrifo, es la más gorda, la de mayor valor. Jesús está dispuesto a dejarlo todo para encontrar al discípulo perfecto que destaca frente a los demás. No le importa la cantidad, sino la calidad. Este es el sentido de aquel cristianismo egipcio de cuño gnóstico; pero no es ese el sentido que han conservado los evangelios canónicos, no es ese el sentido original de la parábola que compuso Jesús.
En la comparación original, llama la atención la desproporción: ¿cómo dejar las noventa y nueve para aventurarse a buscar una sola? ¿Cómo dejar lo más por lo menos? La clave no está en el valor de la oveja, como dirá el evangelio copto, sino en la gratuidad del pastor. A Jesús no le importa ni la cantidad ni la calidad, sino la persona, especialmente la persona alejada, la necesitada. Porque quiere salvar a todos, Jesús empieza salvando a los que menos valen.
Él mismo entiende su misión como el actuar de un Dios que sale de sí mismo a buscar al pecador. En todas las parábolas hay algo de inaudito, de llamativo. En todas las parábolas se nos abre a un concepto de Dios que nos desborda y se escapa a nuestros cálculos.
El “buen” pastor sería un “mal” pastor según los criterios de la economía y la política. A nadie se le ocurre apostarlo todo por una persona que no tiene nada que aportar, con el riesgo de perder a aquellos que ya tiene seguros. Solo a Dios, porque él ama de veras, sin intereses, con gratuidad absoluta.
Este mismo Dios prometió por boca de su profeta Jeremías que nos daría pastores “según su corazón”. ¿Han llegado ya, los tenemos? Necesitamos pastores que pastoreen según el criterio de las parábolas del Reino, necesitamos pastores que busquen con el corazón de Dios a la oveja perdida, a aquella que todos “dan por perdida”.
Las noventa y nueve, como en tiempos de Jesús, podrán quejarse de ser desatendidas; como el hijo mayor en la parábola del hijo pródigo. Es que ellas también tienen que aprender las claves de este Pastor que es Padre y aprender a valorar a quienes nadie valora, porque eso es lo que más dignifica nuestras vidas.
Todos buscan, también dentro de la Iglesia, a la oveja más gorda, a la persona más valiosa, a aquellos que más tienen que aportar; todos…, menos el Señor. Él sigue desconcertando nuestra manera de obrar y nuestros criterios al pensar. Él sigue siendo libre, no teme perder lo que tiene, porque lo da todo.
Necesitamos pastores, buscadores en nombre de Dios de aquellos a quienes nadie busca. ¿Muchos o pocos? ¿De mayor calidad o más mediocres? Necesitamos pastores: que busquen con Jesús, que repitan y vivan sus parábolas, que amen al Pastor con todo su corazón, que amen lo que él ama, que salgan con él, que arriesguen con libertad y gratuidad.
En ellos, no en los dominadores de masas, está el futuro de nuestra sociedad. En los que buscan a los pequeños está la esperanza de nuestro mundo sin horizontes. Solo el amor puede cambiar al hombre y engrandecerlo.
Manuel Pérez Tendero