En estos días primeros de mayo las cruces llenan muchos rincones de nuestras ciudades y pueblos. Todas ellas se muestras vacías y rodeadas del colorido primaveral de las flores de un mayo recién estrenado.
Contemplando estas cruces, clavadas sobre el color de la primavera, me acuerdo de la capilla Redemptoris Mater, en el Vaticano, obra de Marko Rupnik. En concreto, recuerdo la pared con el mosaico de Cristo que llega al fin de los tiempos y celebra la liturgia definitiva sobre un altar con la cruz en el centro. Adán y Eva, ancianos, se inclinan para recibir a su redentor. Debajo del altar las flores abundan, como en nuestras cruces floridas.
¿Qué ha querido representar Rupnik con esta escena? Es el paraíso renovado gracias a la redención de Cristo. Debajo de su altar, debajo de su Eucaristía, debajo de su cruz, que es el nuevo árbol de la vida, renace el paraíso definitivo. Allí están Adán y Eva, la creación recién nacida y el nuevo árbol que todo lo renueva.
Rupnik pretende representar lo mismo que nuestras cruces de mayo: la resurrección de Cristo es el comienzo de una primavera definitiva para la humanidad. Ya no hay futuro para el pecado, ni para la muerte: han sido vencidas por la fuerza de su amor entregado.
Las cruces representan, simbólicamente, lo que nuestras Eucaristías realizan sacramentalmente, adelantando lo que Jesús, definitivamente, está viniendo a realizar con su presencia. La cruz está vacía, como árbol que recuerda al paraíso y que nos dirige a Cristo, que ha vencido muriendo. Debajo, la creación entera que se alegra, que participa de esta victoria y se convierte en primavera duradera cargada de belleza y de fruto. Plantar la cruz en el mundo significa cambiarlo todo desde el amor de Dios.
Nuestras calles están llenas de símbolos. Muchas hermandades y parroquias se dedican a elaborar cuidadosamente estos símbolos. Muchos son también los que cantan a estas cruces y a María, la reina de la primavera, que es la nueva Eva junto al nuevo árbol de la vida.
Muchos cristianos construyen y cantan al símbolo… Me pregunto si son también muchos los que construyen y cantan a la realidad. ¿Está naciendo primavera de humanidad en torno a nuestros altares, alrededor de nuestras parroquias y comunidades? ¿Estamos los cristianos plantando realmente la cruz en nuestras ciudades, estamos sembrando primavera de Dios? ¿O solo tenemos tiempo para construir símbolos y sustentar tradiciones?
Me pregunto si está reverdeciendo nuestro suelo, si Cristo está llegando, si los cristianos están sirviendo su presencia en el corazón de nuestro tiempo. Lo religioso, al menos lo cristiano, no puede ser, sin más, el contenido de lo que nosotros construimos, no puede ser el tema de nuestros símbolos y anhelos: o es real o no lo es. O es puro símbolo, o ha acontecido.
Las cruces, como la Semana Santa, como tantas otras tradiciones cristianas que han configurado nuestra historia, nos invitan a atrevernos a responder a la pregunta más importante, en la que nos va la vida y el futuro: ¿Qué hay detrás del símbolo? ¿Qué realidad lo sostiene? No se cree en los símbolos, ni en las tradiciones, ni en las celebraciones; se cree en lo real. No se da la vida por una imagen, ni por una obra de arte; solo se hace por una persona, por un futuro cargado de esperanza.
Ha habido cruces este año, ha habido cantos. Ha habido símbolo. ¿Habrá también realidad? Cuando se marchiten las flores que hemos puesto en torno a las cruces, ¿seguirá habiendo primavera en nuestras casas brotando de la eucaristía, del amor de Dios al que la Iglesia debe servir?
Manuel Pérez Tendero