“Resuena la campana de la santa libertad”. Este es el título del Himno del VIII Encuentro Mundial de las Familias, que en estos días se está celebrando en Filadelfia. Estos Encuentros fueron fundados por san Juan Pablo II. El primero de ellos se celebró en Roma, el año 1994. El V, en 2006, fue en España, en Valencia. Muchos tuvimos la suerte de poder participar en él, con la presencia de Benedicto XVI.
El papa Francisco acaba de decir hace unos días en el Congreso de los Estados Unidos que aquel país es “la tierra de los libres y la patria de los valientes”. Quizá tenga mucho que ver con el título del himno, que nos llama a despertar a una “santa libertad”.
El verbo inicial del himno debería traducirse más bien por un imperativo: “Tocad la campana de la santa libertad”. Es todo un programa dirigido a las familias para que sean llamamiento público a todos los hombres para buscar y vivir la verdadera libertad.
Además de los discursos y la presencia del papa, los verdaderos protagonistas de este Encuentro son los miembros de tantas familias de todo el mundo que han acudido a Filadelfia. El arzobispo de aquella ciudad ha dicho que están allí para “dar testimonio de la belleza del matrimonio y de la vida familiar”.
Si el matrimonio y la familia tienen esta singular belleza, ¿por qué son tantos los que ya no se sienten atraídos por ella? ¿Ha envejecido esta hermosa dama de la familia y ha perdido entre nosotros todo su esplendor? ¿En qué otras bellezas andan ofuscados tantos jóvenes que no han descubierto la belleza del matrimonio?
No será con discursos como se hará resplandecer esa belleza ahora escondida para muchos, sino a través del testimonio de los mismos matrimonios que vivan con alegría duradera y profunda su relación.
“La familia está amenazada, quizá como nunca antes” ha dicho también el papa ante el Congreso de Estados Unidos. Está amenazada desde fuera, por las ideologías y los centros de poder, también por la economía y las finanzas, que nos quieren consumidores individuales sin defensas frente a la publicidad y el mercado. Pero está amenazada también desde dentro, en el corazón del hombre y en las relaciones personales.
Habrá que hablar en las plazas y estar presente en los medios, como el mismo papa hace; habremos de ser críticos con las leyes que no protegen la familia y la vida; pero, ante todo, necesitamos testigos. El futuro solo se construye cuando la belleza nos atrae y nos mueve a vencer todas las dificultades.
Creo que hay esperanza. Los medios de comunicación, la política, la economía, no parecen ver esta belleza del matrimonio y la vida; pero hay familias, y no son pocas, que viven esa belleza entre nosotros. Luchan por ella, se entregan a ella; la testifican y la proponen con todo su empeño.
El lema de este Encuentro Mundial de Filadelfia, la “ciudad del amor fraterno” –eso significa en griego Filadelfia–, quiere marcar el camino: “El amor es nuestra misión. La familia plenamente viva”.
La familia no ha muerto, tampoco en nuestra cultura del bienestar individualista; y en sus manos, probablemente, está la clave del futuro inmediato de nuestra sociedad desesperanzada y dividida.
¿Cuál es su tarea? Amar. Con toda la belleza de ese amor, estará tocando las campanas que serán capaces de despertarnos a la libertad. Después de tantos titubeos y falacias, queremos descubrir verdaderamente el “amor libre”, el amor que libera y rompe toda tentación de egoísmo.
La libertad que no conduce al amor se desvirtúa y muere en la propia complacencia. El amor que no libera se pudre, tergiversado, en los caminos de la posesión.
Manuel Pérez Tendero