A penas un palmo: es la distancia entre los labios y el corazón. Pero, a menudo, ¡qué lejanas están las palabras que pronunciamos de los sentimientos que las generan! La verdad tiene mucho que ver con la adecuación entre los labios y el corazón, entre las palabras y el pensamiento. Normalmente, la verdad se corresponde con el interior, y es el exterior lo que revestimos de mentira y simulación. Normalmente, son los labios y no el corazón el órgano de la mentira.
El amor, la economía, la religión, las relaciones humanas, todo nuestro ser está tentado de mentira. A veces, utilizada como una supuesta arma defensiva para proteger nuestro ser más íntimo. La verdad tiene que ver con la transparencia, con la sencillez, con la veracidad de nuestras palabras y gestos que brotan, frescos, de nuestro corazón abierto. Cuando esto sucede, es posible la alegría y es fácil construir el amor. Pero nos hace más vulnerables y, por ello, los miedos dificultan a menudo nuestra sinceridad.
Es frecuente que nuestra inteligencia se ponga al servicio de esos miedos: para esconder el interior y defendernos en lo externo, con batallas de palabras. La dialéctica, las conversaciones encendidas sobre ciertos temas,… son a menudo ejercicios de retórica, juegos de la inteligencia, combates simbólicos para que nunca seamos derrotados de veras.
La alegre sinceridad, que debería brotar como el agua fresca de una fuente, necesita a menudo un esfuerzo grande para vencer las tentaciones de complicación y mentira que nuestra mente se construye no sabemos muy bien por qué. La sencillez feliz del niño es, en el adulto, una ardua conquista de su libertad y su esfuerzo.
Es tarea de la vida, para humanizar nuestra existencia, el camino de la naturalidad, de ajustar labios y corazón, exterior e interior. Jesús de Nazaret, el gran Maestro de Galilea, insistió con los profetas en este esfuerzo del hombre por construir una religiosidad y una vida sinceras y veraces.
Pero Jesús, maestro y profeta, también llamó la atención sobre otro peligro. A menudo, no es suficiente con adecuar las palabras con el corazón. No siempre las palabras son el lugar del fraude; no siempre el corazón es el lugar de la belleza y la verdad. A menudo, el corazón está corrompido, el interior está como podrido y vive en la cerrazón del egoísmo. En esos casos, estamos llamados a hacer el camino contrario: que las palabras eduquen y transformen el corazón.
Por eso es tan importante lo que oímos, con quién hablamos, el volumen y el tono de nuestras conversaciones; es importante la belleza de las palabras que envuelven nuestra vida. Por eso es tan fundamental la capacidad de silencio.
La ley antigua regulaba el tipo de comida y dividía los alimentos entre puros e impuros. En una versión secularizada de esa ley antigua, ahora también se multiplica la preocupación por los alimentos y su relación con el bienestar físico y espiritual. Es verdad que el alimento importa, pero es posible que no demos importancia a otro alimento que importa más: la educación, la palabra, los sentimientos, las ideas.
Al igual que en el mundo de las comidas, también existen ideas grasientas y poco sanas, que llenan nuestra sangre de violencias y remordimientos. En el interior del hombre está la clave de su futuro. Ahí reside lo puro y lo impuro, ahí habitan las ideas y el espíritu que pueden conducirnos a la luz o a la tiniebla.
Por eso, son importantes las leyes y también tomar conciencia de los problemas que nos rodean. Pero, mientras no seamos capaces de cambiar el corazón del hombre, no habrá solución verdadera y duradera para nuestros problemas. Podemos ser muy correctos por fuera, muy educados, también en los temas religiosos, pero lo que importa es el corazón, la interioridad libre del hombre. Esta sigue siendo la gran tarea: renovar el corazón y adecuar los labios a ese corazón purificado.
Manuel Pérez Tendero