¿Es lo mismo opinar que creer? A veces, utilizamos ambos verbos con un sentido similar: “Creo que va a llover mañana”; con esta frase, expresamos una opinión, fundamentada seguramente en alguna experiencia u observación de los fenómenos atmosféricos.
En nuestras conversaciones más cotidianas, las opiniones suelen ser el objeto más común de cuanto decimos. Existen opiniones que nos dan igual y no provocan ningún tipo de conflicto; otras, en cambio, producen discusiones que pueden llegar al enfado y la ruptura.
Como es habitual utilizar el verbo creer para significar una opinión, muchos piensan que la creencia religiosa es precisamente eso: una opinión sobre realidades no evidentes; más superficial para unos, más radical y convencida para otros. Para el buen funcionamiento de los grupos de amigos y, quizá, de la misma sociedad, muchos recomiendan que las opiniones sobre la fe no se expresen en exceso, sobre todo si alguna persona tiene ideas muy arraigadas sobre el tema.
Cuando Jesús de Nazaret llegaba a mitad de su ministerio, en un viaje hacia el territorio gobernado por Filipo, más allá de Galilea, en los frescos territorios que ven nacer el río Jordán, preguntó a sus discípulos por el conocimiento que la gente tenía de él. Los Doce le responden: “Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, que Elías o uno de los profetas”.
Después de un año de predicación y milagros, de gestos novedosos del Reino por las aldeas y pequeñas ciudades de Galilea, la gente empieza a tener opiniones sobre Jesús. Interpretan su persona y su ministerio desde los conocimientos que tienen de las Escrituras o de los personajes de su época. Han escuchado a Jesús, han visto sus signos, les han admirado sus milagros.
Más adelante, Jesús hace una nueva pregunta: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?” Pedro, el primero entre los Doce, le responde en nombre de todos: “Tú eres el Mesías”. ¿Ha expresado Pedro otra opinión, solo ligeramente diferente a las de la gente? No para Jesús, ni para los evangelistas: Pedro ha dado con la clave; él sí sabe quién es realmente Jesús, y no por evidencia.
Para los evangelios, Pedro no opina sobre Jesús: cree en él. Para el Nuevo Testamento, la fe es algo bien distinto a la opinión. La fe es un conocimiento a través del testimonio de otra persona. La opinión, en cambio, es una especie de apuesta personal sobre un tema desde el exterior del mismo. La opinión es siempre un acto en soledad, aunque podemos unirnos a la opinión de otros o podemos alegrarnos cuando otros opinan lo mismo que nosotros, como corroborando nuestra apuesta. En la opinión, las mayorías son importantes. No en la fe.
La fe es un acto de relación, de amor, de confianza. Es conocimiento a través de la palabra. La fe da por supuesto que el mundo es mucho más complejo de lo que alcanzamos a ver por nosotros mismos; la fe postula que las cosas y la vida tienen misterio, que las personas no se reducen a lo que podemos estudiar de ellas. Sin fe, el mundo se reduce, se hace más pequeño y limitado; sin fe, el amor se empequeñece y, a la larga, se hace imposible.
La pregunta de Jesús es también actual. Por desgracia, muchos que se dicen creyentes no atinan a dar más allá de una opinión personal sobre Jesús, sobre la vida y sobre Dios. No se fían de la palabra de otro: de los apóstoles, de la Iglesia, de Jesús. La fe es aceptación de un testimonio: Jesús fue testigo de Dios como Padre; los apóstoles fueron testigos de Jesús; y la Iglesia se esfuerza en conservar y transmitir el testimonio que los apóstoles dieron del testimonio de Jesús sobre Dios.
La fe es atrevimiento y confianza, escucha sincera del otro. Frente a las opiniones –muy respetables– de tantos, algunos se siguen atreviendo, con Pedro, a confesar aquello que han conocido porque se lo ha dicho quien los ha amado: “Tú eres el Mesías”.
Manuel Pérez Tendero