Este domingo será canonizada la Madre Teresa; “de Calcuta”, porque fue allí donde entregó su vida a los más pobres de este mundo.
Dicen los gallegos que uno no es “de donde nace” sino “de donde pace”, de allí donde se alimenta y educa. Pero uno es, ante todo, de donde se entrega, de donde ama. No elegimos nacer, ni tampoco dónde hacerlo; pero sí elegimos cómo vivir y a quiénes dedicar nuestros esfuerzos. Por eso, la madre Teresa irá siempre unida, como nadie, a la ciudad de Calcuta.
Agnes Gankhe Bojakhiu nació en Skopje; pero eligió el nombre de Teresa y eligió Calcuta.
Esta canonización es uno de los momentos más importantes en este Año de la Misericordia. El rostro arrugado de la madre Teresa, ya anciana, simboliza la misericordia real y concreta hacia los necesitados. Ella es el gran icono moderno de las “obras de misericordia”.
¿Por qué fue santa madre Teresa? ¿Por qué amó tanto? ¿Nació así de entregada, estaba destinada para ello desde la cuna? Su caridad fue fruto de la conversión: a amar se aprende, el amor es un acto de libertad sostenida, de voluntad firme, de lucha contra las propias apetencias y deseos de bienestar.
Ella misma nos dice: “Cambiad vuestros corazones… No hay conversión sin cambio de corazón… Cambiar de lugar no es la solución; cambiar de actividad no es la solución. La solución está en cambiar nuestros corazones. ¿Y cómo los cambiaremos? Orando”.
Por tanto, el gran secreto de la fuerza de esta mujer y de su caridad infatigable era su oración, su vida renacida, convertida, a los pies de Jesucristo. Su santidad es fruto de su vida de fe, del obrar de Dios en toda su existencia desde el fondo, desde el corazón, desde los cimientos del ser y las fuentes de la pasión.
No se conoce ningún santo que no rezara intensamente. No se conoce ningún santo que no tuviera una fe puesta a prueba. Porque la santidad es un milagro de Dios, no un mero esfuerzo de nuestra bondadosa voluntad.
Jesús de Nazaret, el rostro definitivo de la caridad, era la fuente del milagro de madre Teresa, de su caridad concreta sin desfallecer. Jesús era también el rostro que ella quería transparentar ante los pobres. La fe no es solo motivación sino exteriorización de nuestro obrar, es misión. Jesús de Nazaret no habitaba solamente en las fuentes de la fuerza de madre Teresa, sino en su mirada y en sus manos, en su palabra firme; hasta en sus defectos.
Nos lo dice también ella misma: “Vengo a ti, Jesús, para que me acaricies antes de que comience mi jornada. Que tus ojos se posen un instante en los míos. Déjame que lleve a mi lugar de trabajo la certeza de tu amistad. Llena mi espíritu para que soporte el desierto del ruido. Que tu resplandor bendito recubra la cima de mis pensamientos. Y concédeme la fuerza para quienes necesitan de mí”.
La santidad es la gran aportación de la Iglesia a este mundo, es decir, la misericordia inquebrantable de Dios que se abre paso a pesar de todo, el amor concreto y efectivo hacia aquellos que sufren, la caricia sin fronteras que privilegia a los últimos porque quiere llegar a todos.
El Reino será plenificado más allá de esta tierra y estos cielos, pero ha comenzado ya a ser sembrado aquí, sobre todo en la tierra de los que sufren y no cuentan. Madre Teresa ha sido una gran sembradora, una gran misionera; ha sido, ante todo, una gran cristiana. Por eso, es regalo para el mundo y ejemplo para todos los que creemos.
La misericordia de Dios todo lo hace posible, todo lo hace nuevo: ¿No lo podéis ver ya alumbrando entre nosotros?
Manuel Pérez Tendero