Se multiplican, cada verano, las formas distintas de vacación que elegimos para romper la monotonía del año. Muchos eligen la playa; otros, prefieren un turismo más de interior y cultural. Aumentan los viajes al extranjero, cada vez con destinos más exóticos y lejanos. Ya no es extraño encontrarse con alguien que ha viajado a China, Vietnam, Nueva Zelanda,…
Otros prefieren una experiencia más tranquila y eligen algún balneario para cuidar el cuerpo y reposar el espíritu. No faltan los que retornan al pequeño pueblo de los padres para vivir, con sus hijos, la libertad de los espacios pequeños y el frescor de las casas antiguas.
Entre todas estas experiencias, abunda cada vez más la búsqueda de enriquecimiento religioso: el Camino de Santiago, las peregrinaciones a Tierra Santa, los cursos de verano, los campamentos, los Ejercicios Espirituales.
Cada semana tiene su domingo y cada año tiene sus vacaciones. El descanso es una dimensión fundamental de la actividad humana. Lo descubrieron los judíos, con la institución del Shabat, y todos lo hemos ido asumiendo poco a poco.
¿Qué es descansar? ¿Qué necesita el cuerpo y la persona para retomar fuerzas? Está claro que no consiste, simplemente, en el cese de toda actividad. A menudo, los que vuelven de vacaciones llegan más cansados de lo que se marcharon. ¿Cuál es el descanso que necesita nuestra año ajetreado?
Para algunos, descansar consiste en cambiar de actividad, olvidarse de los problemas del trabajo y la vida cotidiana; mantener la mente y el cuerpo ocupados en otras cosas que relajen nuestra concentración rutinaria de todo el año. Descansar puede significar hacer cosas que nos gustan, mientras el trabajo consistiría en una actividad que se realiza por obligación. El gusto descansa, el porqué se hacen las cosas tiene que ver con la felicidad que nos ofrecen.
Descansar puede consistir en dormir más, en leer más, en cambiar de ritmo, en olvidar los horarios y las obligaciones.
Durante este fin de semana muchas localidades celebran sus fiestas patronales, en torno a la solemnidad del quince de agosto, la Asunción de María en cuerpo y alma a los cielos. El nombre primitivo de esta fiesta, que aún conservan los cristianos de Oriente, era el de Descanso de María.
En medio de las vacaciones celebramos el descanso de la Virgen. Es una fiesta antiquísima, cuyos orígenes no conocemos bien. Se remonta, al menos, al siglo quinto, cuando la emperatriz Eudocia mandó construir una basílica en el valle del Cedrón, al oriente de Jerusalén, en el lugar en que se veneraba la tumba vacía de la Virgen. Todavía hoy se puede visitar la cripta de esta iglesia y la tumba, junto a Getsemaní, en la falda del monte de los Olivos, en lo más profundo del valle de Josafat. Esa cripta es la iglesia más antigua que se conserva en Jerusalén.
¿Descansar es morir, dormir para siempre?
La visión cristiana del descanso de María no consiste en el final de las actividades de la madre de Jesús. Descansar es llegar a la meta para ayudar a los que siguen en camino. La Asunción de María es, para ella, premio y plenitud; para los demás, ayuda e intercesión.
El descanso no puede comprenderse desde una antropología individualista y perezosa. Descansar es ser amados y amar, encontrarse con el otro. María se ha encontrado con su Esposo, con su Hijo, con su Amado; y promueve nuestro encuentro con ella y con Él.
Desde aquí, comprendemos que las vacaciones son, ante todo, oportunidad para el amor, búsqueda de un ritmo de vida más acorde con los tiempos del corazón. Tiempo para el encuentro con el otro: ahí está la clave de la vacación y el descanso.
Manuel Pérez Tendero