Las encuestas marcan nuestras preferencias en un determinado momento. ¿Puede haber valores duraderos, más allá de las circunstancias cambiantes? La profunda línea que conduce nuestra vida está marcada por nuestras preferencias más hondas y perdurables.
En las historias y cuentos antiguos también se nos invitaba a elegir: entre tres deseos, como Aladino; el regalo más preciado, como Salomón. ¿Qué elección preferencial saldría hoy en nuestra sociedad como fruto de cualquier encuesta?
Salomón repasa algunas de las opciones que, como rey poderoso, ha tenido en su vida. En primer lugar, los cetros y tronos, el poder. El rey sabio sabía muy bien que no debe gobernar quien desea el poder como primer fin. La diferencia con muchos de nuestros gobernantes es clara. El poder, como el protagonismo, la fama, la notoriedad, la acumulación de medallas, son una tentación que nos aparta de los verdaderos valores de la vida. Salomón no eligió el trono como valor supremo.
Con todos sus contemporáneos –también con los nuestros– Salomón veía en las riquezas un bien apetecible. Las piedras preciosas, el oro, la plata, el dinero: puertas abiertas para conseguir los fines más preciados de la vida. A menudo, el dinero y el poder caminan de la mano. Salomón supo no elegirlos en su camino hacia el trono de Jerusalén. La riqueza es un bien solo si se pospone, si deja su protagonismo a valores más importantes. Por desgracia, seguramente mucho más que en tiempos de Salomón, lo que se puede comprar con las riquezas se ha convertido en el único horizonte de nuestros deseos.
También la salud aparece como un bien para el futuro rey. “La salud, el dinero y el amor” han sido los tres valores realzados por nuestro refranero. Entre ellos, los sensatos suelen preferir el primero. Sin salud, ¿qué nos permite disfrutar el dinero?, ¿qué amor nos puede llenar? Pero Salomón tampoco eligió la salud como regalo para su reinado. Siendo importante, no fue lo primero para él.
Por fin, la belleza se mostraba como fin que puede llenar una vida. La belleza propia, que es a menudo un arma para dominar a otros, para conquistarlos, para poseerlos, para arrodillar sus libertades bajo nuestras pretensiones. La sombra de Blancanieves y Narciso aletea sobre toda nuestra sociedad de consumo. ¿Cuántas vidas ha roto una belleza sin cimientos? Propias y ajenas.
No fue el poder, ni las riquezas, ni la salud, ni la belleza lo que Salomón deseó para ser rey, sino sabiduría para gobernar. Cuando la sabiduría es lo primero, cuando sabemos discernir el camino más humano, las demás cosas y valores adquieren su significado y se convierte en bienes para nosotros. Sin la sabiduría, todo lo bueno puede cambiarse en enemigo de nuestra libertad. Sucede todos los días, lo podemos ver con pararnos solo un instante a observar.
Casi mil años después de que el rey sabio gobernara, un joven, destinado a ser rey de su propia vida, se encontró con un hombre sabio y le preguntó por el camino de la vida, por las claves de la felicidad. Era un joven ordenado, cumplidor, serio, disciplinado. El hombre sabio le ofreció la clave final para acertar con la vida: posponer las riquezas y elegir la sabiduría, salir de las propias seguridades para buscar los caminos de la libertad verdadera. El joven ordenado y bien dispuesto se puso triste y no pudo hablar más: las riquezas eran lo primero y le impidieron llevar su búsqueda hasta el final.
Mil años después, y otros mil… se sigue repitiendo la escena. El hombre lleva dentro una búsqueda insaciable de felicidad. La clave está en saber elegir, en saber jerarquizar todo lo bueno que la vida le ofrece. La meta es la clave del camino. Si el fin son las riquezas, o el poder, todo lo demás se desvanece. Si la meta es la sabiduría, todos los bienes llegan juntos tras ella, y nos enriquecen, y nos construyen como personas, y nos abren a los demás.
Manuel Pérez Tendero