En el corazón del Neolítico el hombre aprendió a moldear el barro y a cocerlo para conseguir la cerámica. El oficio del alfarero es, tal vez, uno de los que más ayudan a que el hombre se realice a sí mismo a través de su trabajo.
En las primeras páginas de la Biblia, un poeta anónimo inspirado utilizó la imagen del alfarero para expresar el misterio de la vida del hombre. A diferencia de los animales, muchos han sabido ver en el hombre ese hálito divino que nos recorre el cuerpo; no somos solo materia, sino viento de Dios que nos hace vivir de otra forma a como viven los demás seres que respiran.
Pero el Génesis dice algo más: también en la materia somos diferentes a los animales, no solo en el espíritu; porque somos barro moldeado por las mismas manos del Creador. La forma de nuestra materia es divina; cada uno de nosotros somos una obra de arte salida de las manos de Dios. Al crear al hombre, Dios se ha comprometido más que al crear a los demás seres; se ha convertido en verdadero artista que da forma al barro del que procedemos.
Es mucha la ternura y la poesía que esta imagen transmite.
El autor del Génesis no es el primero en utilizar este símbolo aplicado a Dios: ya lo habían descubierto los profetas. Isaías, el gran poeta de Jerusalén, llama a Dios alfarero de nuestro barro, padre y redentor nuestro.
Los Salmos también supieron expresar esta imagen aplicándola al inicio de la vida: en el seno materno, Dios va tejiendo nuestro cuerpo con todo su cariño. Pero Isaías va más allá: Dios artista no estuvo solo en el inicio de nuestro existir, sino en el devenir de nuestras vidas hasta el fin.
Los años de nuestra vida son una manufactura de nuestra personalidad. Nacemos personas, pero tenemos que hacernos como personas. Nacemos de Dios, pero Dios quiere seguir modelando nuestra materia con sus manos de padre.
Eso sí, somos barro libre en unas manos poderosas. Podemos no dejarnos moldear, podemos rompernos cuando no queremos que sus manos nos sostengan. Podemos elegir que otras manos y otros amores den figura a nuestra materia.
Nuestra resurrección futura no será sino el fruto de todo este camino que ahora estamos viviendo como barro moldeable y libre. Nuestro futuro no depende solamente de si vamos o no al cielo, sino qué tipo de vasija queremos ser.
Esta vida no es tanto examen para que nos digan sí o no en las puertas del Reino de la vida, sino construcción de nuestra figura futura, elección de lo que queremos ser para siempre.
El trabajo, los sufrimientos, nuestras relaciones, nuestros esfuerzos, nuestras caídas superadas: todo se convierte en materia viva para ser bellas vasijas que duran por los siglos. Nuestro camino de maduración humana, nuestra pedagogía para crecer como seres libres y felices tiene una meta. Poco a poco, vamos esbozando lo que será nuestra obra de arte definitiva: nuestros cuerpos resucitados.
Si seremos –¡somos ya!– hijos de Dios, habrá de ser este Padre nuestro el alfarero principal, el artista y artífice primero de nuestro futuro cargado de luz.
Las palabras del comienzo de la Biblia no son un informe de lo que ocurrió en los orígenes de la humanidad, sino nuestra verdad más cotidiana, el misterio de nuestra historia, de nuestros pueblos y nuestros propios cuerpos. Tenemos un proyecto, un modelo: el Hijo de Dios; tenemos una materia prima: nuestro barro y nuestra biografía; tenemos, por fin, un artista con manos de experto y padre. Tenemos libertad: estamos llamados a ser barro disponible para que el amor nos moldee y nos haga llegar a ser obras de arte únicas e irrepetibles en la historia inabarcable del universo.
No importan las fisuras y rupturas; estamos a tiempo: el artista sigue trabajando.
Manuel Pérez Tendero