¿Son realizables los mandatos de Jesús o suponen, más bien, una utopía? ¿Se puede construir una sociedad plenamente humana desde las claves del Reino?
Los consejos que este domingo escucharemos de sus labios son un ejemplo claro que nos interroga: los discípulos no deben elegir los primeros puestos. Si las personas más valiosas de una sociedad, o de la misma Iglesia, eligen los últimos puestos, ¿quién ocupará los primeros? ¿No es la humildad algo negativo para el bien de la sociedad, no va en contra de la excelencia?
Me viene a la cabeza, como tantas otras veces, el famoso apólogo de Jotam, en el libro de los Jueces: la zarza, como árbol menos valioso, es quien se convierte en rey, porque los demás árboles tienen tareas importantes que realizar. Si los sabios son humildes, si cumplen lo que Jesús les pide, ¿no dejaremos en manos de los mediocres el gobierno de la sociedad?
Jesús de Nazaret no está diseñando una sociedad humana ideal, con métodos infalibles y estrategias probadas; él ha venido a construir algo nuevo, un Reino que funciona como la levadura en la masa, como la semilla en el campo, como la luz en el mundo y la sal en la tierra.
Él mismo es el mejor ejemplo de lo que predica: no se convirtió en rey del mundo, eligiendo a los ministros más capacitados y colocando en los puestos de responsabilidad a los más sabios.
Por supuesto que necesitamos gobernantes responsables y formados, en el mundo y en la Iglesia. Por supuesto que el pueblo sufre las consecuencias de personas indignas que buscan su provecho y ansían el poder. Pero Jesús se sitúa mucho más en el fondo, quiere construir su Reino entre los hombres desde abajo y desde dentro, con las claves de Dios, que no coinciden con las nuestras, ni siquiera con las más eficientes y bienintencionadas.
No podemos interpretar de forma fundamentalista los mandatos de Jesús: él no quiere que nos desentendamos del mundo y del presente de la humanidad; pero tampoco podemos reducir su mensaje a una dimensión meramente moral e individual.
No existen dos verdades o dos mundos para el cristiano: humilde en su intimidad y vida personal, decidido y eficaz en su vida pública. La humildad es una cuestión social, pastoral y práctica. El Reino de Jesús no es de este mundo, pero tampoco se reduce al mundo del espíritu y la intimidad individual: es semilla de Dios en el corazón sufriente y cotidiano de esta historia.
La humildad, por tanto, debe formar parte de los planteamientos misioneros de un creyente y de una comunidad; ha de ser tenida en cuenta en los planes de pastoral, en la construcción de todo proyecto que quiera estar ligado al Reino.
¿Ocuparán los necios los puestos que los verdaderos discípulos dejan al ocupar el lugar que Jesús les pide? Es posible: toda opción conlleva sus riesgos; pero no podemos renunciar a los caminos de Dios y las claves del Reino, no podemos acallar las palabras y las obras de nuestro Maestro y Señor. Es posible que hayamos retrasado la irrupción del Reino, precisamente, por querer construirlo con las claves del mundo y de la empresa, no con el estilo de Jesús.
Hoy, como ayer, invitado a nuestros banquetes y a nuestras tareas, Jesús sigue observando cómo los comensales eligen los primeros puestos. Hoy, como ayer, el Maestro debe corregir nuestra perspectiva, también dentro de la Iglesia: la humildad no es un adorno piadoso para algunos seguidores del Evangelio, sino el camino a seguir, la única opción con futuro y con fruto, la clave que nos reúne a la mesa y nos vincula al Señor.
Darnos cuenta de dónde estamos sentados es un indicio importante de nuestra obediencia a Jesús.
Manuel Pérez Tendero