“No hay en verdad ningún otro problema europeo que la vida del espíritu y su logro”. ¿Será verdad esta proclama filosófica de un alemán de principios del siglo pasado?
¿Cuáles son los problemas de Grecia? ¿Y los de España? ¿No pertenecen al ámbito de lo económico y tienen que ver también con los problemas de la inmigración? La “tarea de nuestro tiempo”, ¿no consiste en conservar el “Estado del bienestar”? ¿No es esto lo que le pedimos a nuestros políticos y científicos? Nuestras tareas manifiestan quiénes queremos ser.
El silencio de los poetas, la falta de tiempo para la lectura y el diálogo profundo, la postergación de los problemas hondos del ser humano y, por otra parte, el protagonismo creciente de los políticos, periodistas, empresarios, figuras del deporte y el espectáculo, ¿no dependen del nivel de hondura de los hombres y mujeres de nuestra sociedad?
Lo que cada día la televisión y los periódicos nos informan no es otra cosa que los síntomas del espíritu de nuestra época, el espejo de nuestros horizontes humanos.
¿Qué es lo que nos importa de veras? Lo inmediato y lo superficial, lo individual y placentero: ¿tienen algo que ofrecer que verdaderamente importe? ¿Qué siembra dejaremos para el futuro desde nuestros sufrimientos e inquietudes presentes?
Según Theodor Haecker, el filósofo que citábamos al principio, la gran tarea consiste en defender el espíritu, construir lo bello frente a lo feo, preferir lo bueno a lo malo, el orden al desorden, purificar y elevar la voluntad y el amor para ampliar nuestro entendimiento y poder admirar la grandeza de lo positivo, de la belleza, de la luz. Esto es una tarea de generaciones. Su época, hace ahora un siglo, tuvo el honor de iniciar esta tarea “a buen ritmo”, pensaba Haecker.
¿Por dónde anda nuestra generación? ¿Seguimos ampliando el entendimiento humano, hemos avanzado hacia la belleza y lo positivo en Europa? Hacker tuvo la oposición del nazismo, pero no se arredró ante la tarea que le tocaba realizar. Se atrevió a pensar y a escribir, a sembrar para largo en la hondura del espíritu, con la fuerza de la palabra convencida.
Los grandes hombres y mujeres de nuestro tiempo no serán los famosos, a quienes todos hoy conocen y admiran; tampoco los políticos y sus triunfos efímeros, sea poco o mucho el poder que puedan pactar. Los grandes hombres y mujeres de nuestro tiempo serán aquellos que aporten humanismo a la humanidad, esperanza y belleza a nuestra sociedad y su futuro.
Es fácil hacernos hablar, sobre todo de cosas banales; es fácil hacernos opinar, y también gritar; no digamos el hacernos consumir. Es más difícil hacernos pensar.
“La palabra es el camino”. La gran tarea del hombre –en Europa y en el mundo, en el pasado y en el presente– ha de realizarse con las herramientas del lenguaje, a través del diálogo. La palabra hace posible que entremos en el otro con respeto y podamos escuchar los latidos de su alma; la palabra es el vehículo más adecuado para la comunión entre las personas. Donde hay palabra, escucha, esfuerzo por comprender, la violencia queda derrotada y las diferencias se tornan constructivas.
Debemos reivindicar la palabra frente al pacto, la comunión frente a la masa, el espíritu frente a lo inmediato, la persona frente a la imagen, lo real frente a lo virtual. Debemos construir unas relaciones que se fundamenten en la escucha y hagan posible el amor. Fuera, en la superficie, no se construye el futuro. Dentro, en la relación, en el ritmo pausado de la palabra, es posible una sociedad más bella y una persona más feliz.
La “tarea de nuestro tiempo” está ahí, apasionante para los espíritus generosos que han construido siempre el futuro del hombre. A veces, la crisis económica y el desconcierto social no son obstáculos para esta tarea, como no lo fue el nazismo para Hacker. Porque la tarea del hombre exige siempre valentía para buscar la verdad más allá de las modas de los tiempos.
Manuel Pérez Tendero