Comer es una realidad humana rica y compleja.
En las lecturas de este domingo, en que celebramos la solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, se nos sugieren, al menos, tres dimensiones fundamentales relacionadas con el hecho físico y social del comer.
Moisés, en el libro del Deuteronomio, habla al pueblo de la importancia de la memoria: Recuerda el camino No te olvides de quien te sacó de Egipto. El hambre del desierto, la comida del maná, los futuros abundantes frutos de la tierra: todo se convierte en posibilidad de memoria de Aquel que está detrás de todo. Moisés sabe que es muy fácil olvidarse de quien nos liberó cuando la esclavitud es una realidad superada; es muy fácil olvidar a aquel que nos da de comer cuando estamos saciados
Alguien ha elaborado el pan: por eso podemos comer. Rememoramos el trabajo del hombre y el don de Dios; más aún en este pan que se nos da transformado en una nueva realidad cristificada. Agradecemos también esa tarea de la Iglesia –panadería de pan de eternidad– que nos ofrece la carne del Maestro tierna y cercana.
En la carta a los Corintios, en lo que podría ser una de las primeras reflexiones sobre el significado de la Eucaristía, san Pablo nos habla de comunión. No abundaba la comunión en Corinto, la tentación de división en la Iglesia de aquella gran ciudad era un peligro cotidiano.
Ser cristianos es ser hermanos; quien come del mismo pan construye unas nuevas relaciones; quien come a Cristo se une en un solo cuerpo con él. La Eucaristía es siempre familia en construcción, vinculación: a Él y a los hermanos. Celebrar la misa es hacer la comunión. La Iglesia se construye desde la Comida y la misión brota también de ahí: comunión abierta para que todos coman, para que todos se vinculen a quien nos ha dado la vida.
La superación del pecado y la ruptura, en la Iglesia y también en el mundo, llegará, no solo como fruto de nuestros esfuerzos y estrategias, sino como un regalo eucarístico, como meta de un largo camino en el que comemos juntos y conversamos con las palabras del amor.
El que murió por nuestros pecados nos convoca a su mesa para alimentar nuestra existencia. Aquel que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad ha preparado el banquete para construir un nuevo mundo desde una comensalidad abierta.
En el evangelio, san Juan le presta la palabra a Jesús que habló en la sinagoga de Cafarnaúm. Después de multiplicar el pan, llega la reflexión sobre el pan. Comer es algo más que saciarse, buscar a Cristo tiene que ser algo más que satisfacer de forma inmediata nuestros deseos más superficiales.
Como en el anterior diálogo con la samaritana, Jesús habla en torno al pan para despertar otro tipo de hambre en la multitud. También a ella, en torno al pozo, supo hablarle para que buscara el agua viva y tuvieran una nueva sed que llenara su vida y sus afectos.
Comer es tener vida. Comemos para vivir; pero existe otro tipo de vida que, a veces, hemos tenido la suerte de experimentar. Otro tipo de vida para ser vivido ya aquí, en este camino limitado hacia la plenitud. La Eucaristía no es solo pan del futuro, para resucitar más allá del cuerpo acabado: es pan para el presente, es futuro que se adelanta entre nosotros, es vida divina que el hombre puede respirar.
Comer de otro pan para vivir de otra manera: he ahí el misterio de nuestras misas. Cada domingo alimentamos ese otro estilo de vivir que Cristo ha sembrado en nuestros cuerpos.
Manuel Pérez Tendero