“Cuando fallan los cimientos, ¿qué puede hacer el justo?” Así suena el consejo desesperanzado de los que no ven salida ante las situaciones difíciles. ¿No es mejor, en muchas ocasiones, tirar la toalla? El mundo está lleno de personas que aconsejan desde su propia frustración.
Es habitual que las fuerzas del mal aparezcan más poderosas que las energías del bien. Pero este no es el problema, sino creer que, como no se puede hacer todo, es imposible hacer nada. La vida no funciona con las claves del perfeccionismo, el peso del mundo no recae sobre nuestros hombros.
Por eso, hace falta mucha humildad y esperanza para cambiar las cosas. No se puede empezar a cambiarlo todo: lo mucho comienza siempre por lo poco, el bien siempre avanza como semilla; Jesús lo explicó de forma preciosa y sencilla con la parábola del grano de mostaza. Siendo pretenciosos, aunque tengamos muy buena intención, acabamos por desanimarnos y dejar de luchar.
En este domingo recordamos, como cada año, la campaña contra el hambre en el mundo que realiza Manos Unidas. Son ya cincuenta y seis años los que lleva trabajando esta institución de la Iglesia española. ¿Se ha conseguido acabar con el hambre? No. ¿Se ha ayudado, concretamente, a muchas personas? ¿Se han evitado muertes y se han hecho posibles crecimientos en alimentación y educación? Sí. Que se lo pregunten, muy especialmente, a los que han sido beneficiarios de tantos proyectos.
El conocido lema del judaísmo sigue siendo siempre una luz en la lucha contra el mal: “Quien salva una vida salva al mundo”. No dejar de caminar, seguir colaborando, incentivar que también otros se apunten a esta lucha contra la pobreza: es mucho lo que se está haciendo. No se puede hacer todo, pero sí se puede hacer más, se puede seguir siendo fieles en el hacer por el otro: ¿qué otra cosa, si no, es el amor?
Habrá muchos que hablen de la pobreza, o que utilicen a los pobres en su ideología para conquistar el poder. Podrán también utilizar la pobreza y el hambre como arma retórica contra los demás, incluso contra Dios. Pero lo importante es seguir ahí en la brecha, respondiendo con gestos y actos a la palabrería de los populismos y a las excusas de los que no quieren tener esperanza.
Si la avaricia es siempre la gran tentación del ser humano, el desprendimiento es un signo claro de dignidad personal y una prueba de amor. Cuando toca nuestros bolsillos, una idea aumenta en veracidad y se hace más fecunda.
Seguiremos siendo imperfectos y pecadores, seguiremos sin estar a la altura del Evangelio en que hemos creído y que nos llena la boca y el alma cuando lo predicamos; pero seguiremos, también, haciendo la colecta cada domingo, en el corazón de nuestra asamblea creyente, para ayudar a acabar con el hambre en la lejanía y con las necesidades de los más cercanos.
No podemos hacerlo todo; seguramente, no hacemos de forma perfecta lo que hacemos; pero no dejaremos de hacer, no caeremos en la tentación de desesperar: son muchos hermanos nuestros los que necesitan nuestra respuesta. “Obras son amores”: en el corazón de nuestro amor, que es la Eucaristía, seguiremos realizando pequeñas obras, obras que tocan nuestro bolsillo, para que otros tengan futuro.
El mundo no es nuestro, las riquezas no son nuestras: debemos administrar correctamente, en favor de todos, lo que hemos recibido.
Evangelizar es extender el Reino de Dios, incorporar a todos en la gran familia de Dios. Por eso, evangelizar va más allá de la mera palabra: es también tratar a los demás como hermanos, compartir con ellos nuestra fe y nuestros dones, nuestro dinero y nuestro futuro.
“Luchamos contra la pobreza: ¿Te apuntas?”
Manuel Pérez Tendero