Muchos cristianos han dormido poco esta noche. Es su Noche más sagrada. Han sido asperjados con agua, han escuchado una larga historia, han comido pan y han recibido una luz. Con velas encendidas en sus manos han rezado y han confesado su fe, sus certezas más hondas que llenan su vida de sentido y de futuro.
Las velas encendidas miran al pasado: las han encendido en el Cirio que es el Kyrios, el Señor, el Viviente. Es la luz de la fe: en la noche de la humanidad ha resplandecido la vida de Dios en el cuerpo de Jesús. Jesús resucitado, luz de nuestra historia, nos transmite su luz, su vida, su victoria.
Las velas encendidas son el signo de un hecho que ha sucedido y que portamos en nuestros cuerpos como luz para nuestras vidas. La resurrección del Maestro ha iluminado nuestra misma carne y hemos empezado a vivir una nueva realidad.
Queremos caminar “encendidos de Vida”, portadores de una luz que no es nuestra, pero que nos quema el corazón y nos alumbra el camino.
En medio de la noche, en las horas nocturnas de nuestra historia, cuando la oscuridad parece querer invadirlo todo, Jesús rompe la tiniebla y nos abre camino. La fe no es solo sentimiento y emoción: es luz de la inteligencia y claridad para los pies, es verdad y conducta, vida unificada desde la acogida de una persona que hemos conocido por el testimonio de otros. Nos contaron a Jesús y ha cambiado nuestra vida, nos han asegurado su victoria y hemos creído en ello.
Otros encendieron nuestra vela desde el Kyrios que alumbra por siempre. Otros nos transmitieron el mensaje y dieron testimonio de la verdad. Hemos recibido esta luz por pura gracia y agradecemos la mediación de aquellos que nos la donaron.
La Vida que ha alumbrado en esta noche santa es fuego que nos inflama el corazón y da luz a nuestros pasos.
Pero las lámparas encendidas en las manos de los creyentes en la Vigilia de Pascua miran también al futuro.
Cuando Jesús hablaba del Reino, dijo a los suyos que debían esperarlo como novias sensatas que esperan al Esposo con las lámparas encendidas. A veces, el amado parece tardar y se retrasa el encuentro: es necesario perseverar, vigilar en la noche, mantener la luz.
La noche de Pascua es, entonces, anticipo de la Noche definitiva en que esperamos ver al Esposo. Las velas alumbran como signo de nuestra esperanza activa, de nuestro anhelo de encuentro definitivo con aquel en quien hemos creído.
Somos creyentes y esperantes, la fe se vive en la esperanza, el punto de partida es la meta a la que nos dirigimos. La resurrección es certeza y promesa: ya es real en él y ha sido sembrada en nosotros en espera de plenitud.
Vivimos para prepararnos, ejercitamos el corazón para acoger un amor que nos desborda; aprendemos a ser amados y a amar para vivir en la Amistad definitiva.
El Crucificado viene: por eso celebramos su resurrección con el corazón en las manos, en forma de velas encendidas. Velamos en la noche, nos adelantamos a la madrugada; con María y las otras mujeres, nos dirigimos al sepulcro sabiendo ya que está vacío y que él nos aguarda en Galilea, para preparar la misión, para vivir entre nosotros, para ser luz en medio del mundo.
Las velas encendidas en las manos de los creyentes se convierten en misión: “Vosotros sois la luz del mundo,… no se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte… Alumbre así vuestra luz, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre”.
“Para que el mundo” vea hemos recibido la gracia de la fe. “Para que el mundo crea” hemos sido amados por Dios. “Tanto amó Dios al mundo” que ha encendido esta luz en nuestras manos para portar la victoria de su Hijo.
Manuel Pérez Tendero