La Navidad es, ante todo, la fiesta de la Palabra.
Muchos piensan que la principal diferencia entre el hombre y los demás seres vivos es su capacidad de hablar. La palabra es la característica más humana del hombre.
La palabra, de hecho, ha marcado la historia de los hombres en nuestra tierra: cuando supimos pronunciarla empezamos a ser hombres. La palabra hablada significó, muy probablemente, el inicio de la presencia humana en el planeta. Cuando aprendimos a escribirla cambió radicalmente nuestra presencia: comenzó la Historia, la sabiduría se multiplicó exponencialmente y nuestro dominio sobre el mundo comenzó a ser definitivo. Por fin, otro momento histórico marcó nuestro devenir para siempre: la Palabra fue dada a luz. Ningún otro acontecimiento ha cambiado la historia como el misterio de Belén.
Todos provenimos del silencio y nos encaminamos al silencio. El hablar de otros, su comunicación, nos ha traído al mundo; y serán también otros los que, mucho o poco, habiten el silencio que dejamos al marcharnos. Somos palabra efímera pronunciada en el aire, pero queremos que nuestro hablar permanezca y nuestro espíritu siga habitando en la tierra a través de nuestra voz.
Gracias a la palabra oral nos hicimos presentes en medio del mundo. Más tarde, con la palabra escrita, conseguimos una pequeña victoria sobre el silencio, sobre la muerte que amenaza nuestras vidas.
Creemos que, con la palabra encarnada, hemos conseguido, por fin, la victoria sobre el silencio, hemos doblegado la muerte. La Palabra eterna, la conversación del Todopoderoso, ha puesto su tienda entre nosotros, nos ha invitado a entablar un diálogo que nos configura eternamente. Cuando hemos hablado con Dios, nuestra palabra no puede morir.
Ya no se lleva el viento nuestras palabras, ni nuestra escritura queda marcada simplemente en piedra o en papel: los ecos de nuestro espíritu, pronunciados ante Dios que se ha hecho hombre, quedan grabados en Su memoria poderosa. La Navidad es, por ello, la clave de nuestro futuro, la prenda de nuestra resurrección.
Dios ha venido a llamar a las puertas de nuestro espíritu, se ha hecho palabra humana para que entendamos su amor y podamos compartirlo. Ya no es solamente el totalmente Otro, como causa escondida y amor fontal de cuanto somos: ahora es otro-entre-nosotros, es carne que habla y calla, que ama y sufre, palabra frágil que puede ser rechazada o silenciada. Se nos comunica desde nuestra propia carne, revestido con nuestros propios límites, encerrado su amor inabarcable en el latido de un corazón como el nuestro.
Celebrar la Navidad es, por todo ello, atreverse a responder, dialogar con este hombre que dice ser voz y palabra del mismísimo Dios. La persona con la que hablamos siempre configura nuestros pensamientos y da horizonte a nuestras relaciones: ¡cuánto más nos configurará si esa persona es la misma Palabra!
La Navidad es pedagogía de nuestro hablar, camino de humanización plena, horizonte nuevo para nuestras inquietudes, promesa cierta para nuestra sed de vida. Dios quiso aprender a hablar como hombre y llegó a Belén: con él, nosotros vamos aprendiendo a hablar el lenguaje pleno del amor y de la vida.
Nos hemos encontrado en Belén con el silencio de la Palabra, con el hablar humano de Dios, con la niñez del Creador; la historia del hombre ha dado un vuelco definitivo en su camino de búsqueda del misterio: él ha venido a nuestro encuentro.
Manuel Pérez Tendero.