En un juicio son imprescindibles los testigos. También en las circunstancias cotidianas de la vida necesitamos testigos que nos abran horizontes a los que nuestra propia experiencia no llega.
Este domingo se celebra en la Iglesia el Domingo Mundial de las Misiones, el DOMUND, con el lema «Seréis mis testigos». Esta frase está tomada del evangelio según san Lucas: son palabras de Jesús resucitado a sus discípulos para enviarlos por todo el mundo después de la Pascua.
En san Mateo, el mandato es «hacer discípulos»; en san Lucas, en cambio, se trata de «ser testigos»; el matiz es diferente, aunque la realidad es siempre la misma. De fondo, la clave está en la autoridad de Jesús que nos marca el camino: somos misioneros por obediencia al Resucitado.
Leer más: «SERÉIS MIS TESTIGOS»La religiosidad o la devoción pueden ser un sentimiento que brota de nuestro interior, pero la fe es siempre respuesta a un testimonio que nos viene de fuera. La fe es aceptar la historia de Jesús de Nazaret desde lo que vivieron unos discípulos que fueron testigos oculares de su vida, su muerte y su victoria. Si ellos no hubieran hablado de su experiencia, si no hubieran comunicado el mensaje del Maestro y sus vivencias con él, la Iglesia no habría existido.
Me gustaría reflexionar sobre la diferencia entre ser testigos y transmitir información: se trata de dos actos cercanos, pero diferentes en el fondo y en las formas.
Una de las fuentes principales del conocimiento y la sabiduría es la experiencia, pero nuestra experiencia es muy limitada; por ello, es de sabios escuchar y leer: lo que otros han aprendido nos lo pueden transmitir y, de esta manera, ampliamos nuestros conocimientos. La información enriquece nuestra experiencia humana y nos ayuda a situarnos con sabiduría ante los problemas de la vida. Es necesario, evidentemente, que la información sea veraz y no se convierta en un medio para orientar la opinión de la masa desde las ideologías del poder; es necesario, también, la sensatez en la información: nuestra sociedad de las redes sabe mucho de lo negativa que resulta la hiper-información que nos llega a través de los dispositivos. Se ha repetido, con razón, que somos una sociedad muy informada pero poco formada.
El testimonio, en cambio, es algo diferente a la información.
Es cierto que la información versa sobre asuntos exteriores y sobre temas humanos; unas veces, nos resulta lejana, otras, muy cercana y conmovedora; pero nunca alcanza la hondura de un testimonio.
Un testigo es alguien que transmite algo de forma muy diferente a un informante; el testigo se implica en aquello de lo que habla: trasmite con pasión algo que ha vivido y, de alguna manera, ha tocado su corazón. El testigo es un defensor de la verdad de un hecho, sobre todo cuando se pone en duda entre la mayoría o se tergiversa en medio de la masa. El testigo implica su vida en aquello de lo que habla.
La información nos enriquece y nos ayuda a configurar nuestra cosmovisión y nuestra idea de la sociedad; el testimonio, en cambio, hace posible la fe. Creer no es aceptar un dato, aunque sea de tema religioso: creer es dar credibilidad a una persona y poner nuestra vida en aquello que nos transmite.
El autor del Nuevo Testamento que más insiste en el testimonio es san Juan. Jesús es presentado como el primer testigo: él da testimonio de algo que nadie ha visto, el amor del Padre, su intimidad más personal. La fe consiste en aceptar el testimonio de Jesús sobre Dios y sobre la salvación. Los discípulos, más tarde, se convierten en testigos del Testigo: lo que han creído de Jesús los transmiten a otros con pasión, para ampliar el círculo de los creyentes y el número de los hijos de Dios.
En las redes se multiplica la información, también la religiosa; pero necesitamos testigos que, en persona, transmitan de forma apasionada lo que viven para que hagan posible la conversión de aquellos que escuchan.
Hoy, también, habrá discípulos que obedezcan la voz del Resucitado.
Artículo de D. MANUEL PÉREZ TENDERO. 23 de octubre de 2022.