En tierras inhóspitas del cercano Oriente, uno de los muchos cristianos que han escapado de la barbarie, después de haber vivido allí por generaciones, durante dos mil años, su fe en el Crucificado, habría dejado escrita esta “cadena” de textos bíblicos en forma de oración:
¡Qué solitaria se encuentra la otrora Ciudad populosa! Como una viuda ha quedado. Llora que llora de noche, surca el llanto sus mejillas. No hay nadie que la consuele… Vosotros, que pasáis por el camino, mirad, fijaos bien si hay dolor parecido al dolor que me atormenta… Por eso estoy llorando; mi ojo, mi ojo se va en agua, pues no hay quien me consuele, quien me devuelva el ánimo. Mis hijos están desolados, porque ha ganado el enemigo…
Yo soy el hombre que ha visto la aflicción bajo el látigo de su furor. Me ha llevado y me ha hecho caminar en tinieblas y sin luz. Contra mí vuelve y revuelve su mano todo el día. Me encuentro lejos de la paz, he olvidado la dicha. Me digo: ¡Ha fenecido mi vigor, y la esperanza que me venía de Dios! Recuerda mi miseria y mi vida errante: ¡todo es ajenjo y amargura! Lo recuerda, lo recuerda, y se hunde mi espíritu dentro de mí. Pero algo traigo a la memoria, algo que me hace esperar: Que el amor de Dios no ha terminado, que no se ha agotado su ternura…
Y con todo nos rechazas y nos avergüenzas, nos haces dar la espalda al adversario, nuestros enemigos saquean a placer. Nos entregas como ovejas a la matanza, nos desperdigas en medio de los pueblos; vendes a tu pueblo por nada… Todo esto nos vino sin haberte olvidado, sin haber traicionado tu alianza…
Observa desde los cielos y ve desde tu aposento santo y glorioso. ¿Dónde está tu celo y tu fuerza, dónde tu inmensa ternura? ¿Ya no tienes compasión de mí? ¡Ah¡ si rompieses los cielos y bajases, ante tu faz los montes se derretirían…
En cuanto Jesús salió del agua, vio que los cielos se rasgaban y que el Espíritu, en forma de paloma, bajaba sobre él… “No se turbe vuestro corazón: creed en Dios, creed también en mí”…Os dejo la paz, mi paz os doy: no os la doy como la da el mundo. No os sintáis turbados, y no os acobardéis… El mundo ha de saber que amo al Padre y que obro según el Padre me ha ordenado.
Si el mundo os odia, sabed que a mí me ha odiado antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero el mundo os odia porque no sois del mundo… Padre, por ellos ruego, por los que tú me has dado, porque son tuyos. Yo ya no estoy en el mundo, pero ellos sí están en el mundo; yo, en cambio, voy a ti. Padre santo, cuida en tu nombre a todos los que me has dado…
Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, que yo os aliviaré…
Como a esposa abandonada y desolada te ha llamado el Señor, como a esposa de juventud repudiada. Por un breve instante te abandoné, pero con gran compasión te recogeré. Te quiero con amor eterno. Los montes podrán desplazarse, las colinas podrán removerse, mas mi amor no se apartará de ti, ni mi alianza de paz se moverá…
¡Consolad, consolad a mi pueblo –dice vuestro Dios-, habladle al corazón. Yo, yo soy quien te consuela. ¿Por qué tienes miedo del mortal, del hombre comparable al heno?
Bendice, alma mía, al Señor, el fondo de mi ser, a su santo nombre. Bendice, alma mía, al Señor, nunca olvides sus beneficios. Él es clemente y compasivo; como un padre se encariña con sus hijos, así de tierno es el Señor con sus fieles; que él conoce de qué estamos hechos, sabe bien que solo somos barro. Como hierba es la vida del hombre, como la flor del campo: la azota el viento y ya no existe; pero el amor del Señor es eterno, su justicia pasa de hijos a nietos.
¿A quién vamos a acudir? ¡Tú tienes palabras de vida eterna!
¡Bendice alma mía al Señor!
Manuel Pérez Tendero