Cuando el Jordán es joven, y se precipita entre cascadas y rápidos por las altas tierras del Golán, se convierte para nosotros en memoria del paso de Jesús con sus discípulos por aquellas tierras lejanas a Jerusalén, gobernadas por Filipo, hijo de Herodes.
Allí, Jesús ha cambiado el nombre de Simón por el de Pedro, porque él supo comprender que Jesús es Mesías e Hijo. No han pasado unos minutos, no se ha avanzado ni un palmo de camino, cuando Jesús llama a Simón Satanás.
Un nuevo nombre para el discípulo. Simón ha de ser Piedra para la comunidad que nace pero, en estos momentos, está siendo Satán para Jesús. ¿Por qué llama así Jesús a su discípulo?
Por el libro de Job y otros textos del Antiguo Testamento, sabemos que Satán es el Acusador, esa figura sobrehumana que quiere encontrar siempre la parte negativa de las cosas.
Satán fue el que se acercó a Jesús en los comienzos del ministerio para intentar desviar su camino de los planes de Dios. Se trataba, no de negar a Dios ni de incumplir su misión, sino de la forma de hacerlo; Satán invitaba a Jesús, no a no llegar a la meta, sino a cambiar de camino: instaurar el Reino como Hijo desde el milagro, el aplauso y el poder, desde arriba.
Fue el mismo Satán, bajo la forma simbólica de la serpiente, quien sedujo a Eva para vivir el paraíso de una forma distinta, comiendo lo prohibido, no aceptando los límites, apartando a Dios del corazón de su obra.
El diablo es lo suficientemente inteligente para no presentar el mal de cara: siempre sería rechazado. Presenta atajos para el bien, caminos con apariencia de belleza. Ofrece lo inmediato, se mueve con soltura en el ámbito de lo superficial. Necesita la mentira para poder convencer, aunque sea una mentira con ingredientes de verdad, aunque sea una mentira que se funda en poner en duda nuestra convicción de la verdad.
Satán siempre siembra duda en nuestros caminos y nos ofrece soluciones rápidas con apariencia de eficacia.
Si pudo tomar la forma de la serpiente es porque Satán se acerca a nosotros bajo apariencias bien diversas; también a través de otras personas que se convierten en sus ministros.
A mitad del ministerio, cuando Jesús decide dejar Galilea para dirigirse a Jerusalén, cuando va acabando el éxito de los milagros y la belleza de las parábolas, cuando toca encaminarse hacia la entrega, Satán vuelve a visitar al Maestro.
Ahora, bajo la forma de uno de sus discípulos, el más cercano, Simón, la Roca. Simón es Satán para Jesús porque quiere impedirle cumplir la voluntad de Dios según las formas de Dios, porque quiere separar su condición de Hijo de su condición de Siervo, porque no alcanza a pensar más allá del pensamiento humano que se mueve en lo superficial y lo inmediato.
No sufrir, no morir, evitar el dolor; a cualquier precio. Si el miedo a la muerte es el criterio fundamental de nuestra vida nos hará esclavos para siempre, incapaces de amar y de cumplir la voluntad de Dios. Jesús lo sabe y lo sabe sobre todo el Padre, a quien Jesús obedece.
Pero Satán estará siempre ahí, proponiendo otras soluciones más fáciles, más inmediatas, más supuestamente humanas. Si Pedro pudo ser Satán para Jesús, mucho más cualquiera de nosotros. Podemos ser Satán también para el hermano: sembrar duda en sus caminos, ofrecer la solución fácil, construir desde el propio sujeto y su bienestar todas nuestras decisiones.
Simón quiso tentar a Jesús privadamente, pero Jesús responde de forma abierta, con libertad, ante todos. La tentación no vive donde habita la luz. Jesús responde firme, libera su camino de la tentación y libera a Simón de ser Satán. Ha comenzado la primera lección de Piedra, del discípulo: los caminos de Dios no son nuestros caminos.
Manuel Pérez Tendero