“Contagia solidaridad para acabar con el hambre” es el lema de la Campaña de Manos Unidas de este año, en plena pandemia del coronavirus.
No solo se contagia el virus, la enfermedad, la muerte: también se puede contagiar, y cuánto, la esperanza, la alegría, las inquietudes profundas, la fe, la preocupación por los demás… la solidaridad.
Es lo que pretende esta asociación católica que está muy presente en nuestras parroquias: en primer lugar, ayudar directamente, con campañas concretas, a aquellos que sufren el hambre y la sed; para ello, pretende, también, despertar la solidaridad en nuestra Iglesia, en toda la sociedad española.
Esta es la única vacuna posible contra esta lacra que, desde siempre, ha diezmado a la humanidad: el hambre. Es una vacuna que no se necesita comprar, no depende de los científicos, ni de los gobernantes. Es una vacuna que no tiene efectos secundarios nocivos; antes al contrario: sus efectos secundarios son buenos para todos, para el que recibe y para el que da. Son las cosas del amor, las cosas de Dios: todos ganan, no hay que beneficiar a unos en detrimento de otros.
La solidaridad es una vacuna infalible y sirve, también, como tratamiento cuando ya ha llegado la enfermedad: siempre estamos a tiempo para acabar con la pandemia del hambre, siempre es tiempo para proponer esta medicina eficaz como ninguna.
Quizá, el problema de esta otra pandemia está en que nos pilla un poco lejos. No son nuestros hospitales los que se saturan, sino rincones lejanos que no nos tocan directamente.
Es de agradecer, por ello, que existan organizaciones como Manos Unidas, que se atrevan a hablar de lo que nadie habla, de aquello que silencian nuestros medios, pero que es bien real y está haciendo sufrir y morir a muchos seres humanos que comparten esta tierra con nosotros.
Este domingo de Manos Unidas coincide también con el Día de los enamorados; esta coincidencia nos ayuda a recordar el sentido profundo del santo Valentín: fortalecer los vínculos, hacer posible el amor.
Algunos teólogos dicen que existe un amor romántico y un amor pascual. Los psicólogos también hablan de un amor narcisista, adolescente, que busca solo recibir, y un amor oblativo, adulto, maduro, que busca el bien del otro. Tienen mucho que ver el aspecto piscológico y el espiritual, tienen mucho que ver el amor romántico y el amor narcisista, como tienen mucho que ver el amor adulto y el amor pascual.
Manos Unidas nos invita a despertar el amor pascual, el amor oblativo, el amor adulto, la solidaridad que va más allá de lo agradable que me pueda resultar la otra persona o lo que me pueda aportar. No se debe buscar en la propia intimidad afectiva la clave del amor, sino en el rostro del otro. La mirada, y no solo el corazón, tienen que ver con el amor: el descubrimiento del otro por sí mismo, su persona, sus heridas, su alma y su cuerpo, su historia y sus sufrimientos.
El amor se contagia, la solidaridad se transmite. Es tiempo de mirar más allá de nuestros propios sufrimientos: solo así podremos alimentar la esperanza. Si solo vivimos de nuestros miedos, de los temores cercanos por un futuro incierto, si no abrimos el corazón a otros problemas y otras latitudes, es muy posible que se nos ahogue el alma, entre la angustia interior y el pánico exterior.
Los sufrimientos de los demás, cuando sabemos escucharlos y nos esforzamos por responder a ellos, se convierten en regalo que enriquece nuestra vida y amplia horizontes de sentido en nuestro caminar incierto.
Debemos esforzarnos por no contagiar el virus; tenemos que aprender, también, a contagiar todo lo bueno que llevamos dentro.
Manos Unidas, corazones recios, amor solidario.
Manuel Pérez Tendero