Todo se remonta a un mandado de Jesús de Nazaret: viendo que la gente estaba perdida, “como ovejas sin pastor”, dijo a los discípulos que rezaran al Dueño de la mies para que enviara obreros a su mies.
Bella doble imagen tomada de dos ámbitos distintos de la vida rural de Galilea: el rebaño de ovejas y las mieses de trigo y cebada. El mundo es un gran rebaño, como comprobamos ahora en tiempos de pandemia y nos gusta hablar de “inmunidad de rebaño”. El mundo es un gran campo donde hace falta sembrar y cuidar lo sembrado para que nazcan frutos de vida y felicidad.
El punto de partida es claro: la mirada de Jesús sabe ver la soledad de las ovejas, el desconcierto de las personas. Hoy, tanto o más que en tiempos de Jesús, las ovejas están perdidas: la soledad, la falta de sentido, la incertidumbre ante el futuro… ¿Quién cuidará estas ovejas? ¿Quién se atreverá a dedicar su vida a llenar la vida de otros, a acompañar su soledad?
La compasión del Pastor por su rebaño es la posibilidad de futuro de cada una de sus ovejas.
Para ello es necesario rezar. Rezar es pedir ayuda a Dios, pero es, aún más, saber que este rebaño es suyo y disponernos a compartir su compasión, su amor por cada una de las ovejas.
En otros muchos textos del Evangelio, Jesús nos dice que, para que la oración sea escuchada, es necesaria la fe. ¿Será que no conseguimos muchas cosas porque no pedimos con la suficiente de fe? Con un “grano de mostaza” sería suficiente, dice el Maestro.
Pedir con fe es, en primer lugar, elevar una súplica que brota de la necesidad. En algunas ocasiones, nuestras peticiones son un acto de buena voluntad que recuerda situaciones lejanas que no nos afectan mucho. “Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá”: la fuerza de la petición brota de la necesidad.
¿Necesitamos realmente vocaciones? ¿Hacen falta entre nosotros monjas de clausura que den testimonio del “solo Dios basta”? ¿Necesitamos la eucaristía presencial y el sacramento de la reconciliación? ¿Necesitamos, como el comer, escuchar la Palabra de Dios y recibir luz para discernir? ¿Tenemos, realmente, necesidad de sacerdotes? Podríamos seguir preguntándonos por todas las vocaciones dentro de la Iglesia: las pediremos con fe si experimentamos su necesidad.
En el fondo, se trata de saber si necesitamos a Dios. La necesidad de vocaciones es directamente proporcional a la necesidad de Dios; es decir, la oración no solamente ha de hacerse “con fe”, sino que brota “de la fe”. Una Iglesia poco creyente, poco necesitada de Dios, no verá como un problema que disminuyan las personas vocacionadas en su seno: intentará suplir la falta de vocaciones con otras estrategias humanas. Pero, entonces, empezará a ser una Iglesia poco cristiana, poco creyente, poco de Dios. Las tareas continuarán, no sé por cuánto tiempo, pero la misión desaparecerá…
La fe en la oración también tiene que ver con nuestra forma de rezar, con el objetivo real de la oración. A veces, puede sucedernos que, al rezar por las vocaciones, miremos más a la tierra que al cielo. A veces, puede parecer que la oración por las vocaciones va dirigida a los jóvenes, a ver si alguno despierta, y no tanto a Dios.
Si rezamos con fe, nuestra mirada se dirige directamente a Dios. No preparamos textos con la excusa de la oración para convocar jóvenes e interrogar sus vidas; esto habrá que hacerlo en otros momentos, o será un objetivo relacionado con la oración, o llegará como consecuencia de ella; pero rezar es rezar. Lo oración no es una excusa para hablar a los jóvenes. Hablamos con Dios y le pedimos con toda el alma que él actúe. Dios no es un medio para llegar a los jóvenes o a otros destinatarios: Dios es el fin, es el Dueño, es Aquel que tiene en sus manos el futuro de todos, muy especialmente el futuro de la Iglesia y de las vocaciones.
Este domingo, rezaremos por las vocaciones en la Iglesia universal y, muy en concreto, por las vocaciones en nuestra Iglesia de Ciudad Real. Este domingo, intentaremos aprender a hacerlo con fe, con el alma puesta en Dios para que su amor por el rebaño suscite obreros en la mies.
Manuel Pérez Tendero