Como cada año, con motivo de la solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo –el Corpus–, Cáritas realiza una campaña de sensibilización. Este año, el lema elegido ha sido “Tu compromiso mejora el mundo”.
La palabra “compromiso” significa, según el diccionario, “obligación contraída, promesa hecha”. Esta promesa puede entenderse en sentido positivo o negativo: la palabra puede significar, sin más, “dificultad”; o, por el contrario, puede tener un aspecto tan positivo que pasa a significar “capacidad de entrega ante cualquier decisión libremente aceptada”. Todos estos matices, al menos, puede tener la palabra compromiso.
Cuando hacemos algo “por compromiso” queremos decir que no nos queda más remedio, que es una obligación tolerada por nosotros, pero ante la que no somos libres; es algo que no nos gusta, que no querríamos hacer, pero que debemos cumplir por alguna razón ajena a nuestra libertad a la que no podemos sustraernos.
Si analizamos bien todas las ocasiones en que actuamos “por compromiso” veremos, sin embargo, que no siempre prevalece el sentido negativo. No es lo mismo la apetencia que la libertad; no es lo mismo el gusto del momento que las decisiones a largo plazo que tomamos, con todas sus consecuencias. Sabemos que, a menudo, hemos de hacer cosas que sí queremos hacer en lo profundo de nuestra voluntad, aunque en el momento presente nos resulten fastidiosas o poco atractivas. En el fondo, mostramos con esta actitud que no somos decisión inmediata que brota de los deseos de nuestro sistema linfático o del clima y las circunstancias del momento. Porque somos una biografía con sentido, porque somos algo más que libertad de corto alcance, hacemos cosas “por compromiso”.
Cuando nos situamos en la superficie de las cosas, cuando nos acostumbramos a no matizar, a juzgar los hechos desde una única perspectiva, podemos rechazar cosas que, debiendo corregir, no es del todo beneficioso despreciar. La libertad es importante, pero es compleja. El gusto es primordial, pero no puede ser el dueño de mi libertad. No seríamos humanos si perdiéramos esa capacidad de decidir más allá del momento y de saber esforzarnos por el bien de los demás, superando nuestros gustos.
No obstante, aunque es necesario saber vivir esa una dimensión “de compromiso” en nuestras vidas, no es suficiente. El compromiso es algo más, porque vivir y ser hombres significa mucho más.
Un “anillo de compromiso” es algo bello en sí mismo y apunta a una realidad plena de libertad y felicidad, al menos como proyecto. Una persona “comprometida” es aquella que pone el corazón en lo que hace, que es plenamente libre cuando se esfuerza y nos da a todos ejemplo y motivación para esforzarnos junto a ella.
El amor no es solo sentimiento, sino salida de uno mismo a la búsqueda del otro. El amor tiene que ver con el corazón, pero también con las manos y las piernas. Para ser necesitamos hacer; para sentir necesitamos salir. ¡Cuántas vidas se pierden en la clausura de una psicología débil o un egoísmo ciego!
La carta de Santiago lo decía en los comienzos del cristianismo: “La fe sin obras está muerta”, no es fe. Con palabras sinónimas, hoy diríamos que “la religión sin compromiso es falsa”. “Por sus frutos los conoceréis” había dicho el Maestro que dio la vida por sus amigos.
Lo hemos copiado de nuestro mismo diccionario: “Capacidad de entrega ante cualquier decisión libremente aceptada”. La libertad y la entrega son la esencia del compromiso. “Yo entrego la vida libremente, nadie me la quita” había dicho también el Pastor que se iba a hacer Cordero por amor.
El pan que nos es regalado, por tanto, alimenta nuestras vidas de libertad y de entrega para que nuestro humilde compromiso haga posible que Dios cambie el mundo. Este mundo, el nuestro; el suyo.
Manuel Pérez Tendero