Un buen amigo mío, experto en las lides del liderazgo, le decía a un grupo de jóvenes que, después de haber hecho muchos cursos y haber leído muchos libros sobre cómo se construye un líder, había descubierto que la clave del liderazgo es el servicio. Llamar “ministros” –es decir, servidores– a quienes nos gobiernan no debería ser una designación retórica y vacía de contenido.
Hace casi cien años lo expresaba también muy claramente Ortega: “Contra lo que suele creerse, es la criatura de selección, no la masa, quien vive en esencial servidumbre. No le sabe su vida si no la hace consistir en servicio a algo trascendente. Por eso no estima la necesidad de servir como una opresión. Cuando ésta, por azar, le falta, siente desasosiego e inventa nuevas normas más difíciles, más exigentes, que le opriman. Esto es la vida como disciplina –la vida noble. La nobleza se define por la exigencia, por las obligaciones, no por lo derechos”.
¡Qué lejos estamos de esta perspectiva! ¿Quién educa a sus hijos desde estos principios? ¿Qué leyes se publican para favorecer este estilo de vida noble? ¿Qué tipo de acontecimientos organizan nuestros ayuntamientos para promover estas virtudes en los ciudadanos? ¿Qué programa de televisión siembra estos valores en las pantallas?
En los comienzos del evangelio, san Marcos relata la primera curación de Jesús: la suegra de Simón, que estaba en cama con fiebre. Cuando es curada, “se pone a servirles”. Sanados para servir. El servicio como clave aparecerá también al final del evangelio, también con unas mujeres como protagonistas: aquellas que ven dónde es colocado Jesús en el sepulcro. Esas mujeres que “han seguido a Jesús, lo han servido y han subido con él a Jerusalén”: se está resumiendo el evangelio desde la perspectiva de la mujer, como cerrando un gran mensaje que comenzó con la suegra de Simón.
Jesús de Nazaret no ha venido a sanar a los enfermos para que “disfruten de la vida”, sino para que vivan humanamente, para que puedan servir a los hermanos.
Esta perspectiva de servicio, subrayada desde la óptica de la mujer, es la clave en las enseñanzas de Jesús a sus discípulos: “Los jefes deben servir, quien quiera ser el primero debe ser esclavo de todos”. En esta enseñanza, Jesús sabe que se diferencia de las costumbres de su época: los poderosos oprimen a sus súbditos, los jefes se aprovechan del poder en su propio beneficio; “no será así entre vosotros” les recuerda Jesús a los suyos. No sé cómo andarán los jefes de hoy, aquellos que gobiernan nuestro mundo; pero sí sé cuál es la clave del Evangelio y la enseñanza del fundador del cristianismo.
La raíz de esta exigencia de Jesús no es tanto una filosofía humana que ha descubierto la nobleza del servir y lo que nos humaniza la disciplina y el esfuerzo. Esto es verdad, pero Jesús fundamenta su exigencia, ante todo, en una experiencia: “Tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos”. Él es el primero en ponerse a los pies, en rebajarse hasta el último lugar. Y no solo para dar ejemplo, sino para cambiarlo todo desde abajo, porque es verdad lo que nos pide, porque es la única forma de transformar la realidad.
A diferencia de Jesús, abundan aquellos que quieren cambiar el mundo desde grandes ideales y, para ello, exigen el poder; mal camino. Es lo que Satán le propuso al Mesías recién ungido en el Jordán. Jesús tenía el poder como Hijo de Dios, pero se despojó de él para cambiar el mundo desde abajo, desde el servicio, desde la asunción del límite y la pobreza.
La tentación será siempre ser como dioses para arreglar las cosas, tentación que también visita a los discípulos del Siervo a menudo. Por eso, nos debemos recordar una y otra vez las palabras del Maestro: “No será así entre vosotros”.
Manuel Pérez Tendero