En los textos de la institución de la eucaristía, los evangelios insisten en el “tomad y comed, tomad y bebed”. La eucaristía se inventa en el corazón de una Cena, la última. Más tarde, Jesús resucitado vuelve a cenar con sus discípulos, sigue partiendo el pan y repartiéndolo entre ellos.
La eucaristía es una comida, donde se sirve pan y vino.
Casi todas las religiones tienen sacrificios de comunión, o comidas sagradas donde se come simbólicamente con la divinidad. El ser humano tiene se de comunión con Dios y sabe que la comida es el lugar donde se construye la familia y se alimenta el amor.
Algunas religiones o sectas han dado más importancia al hecho del comer. En tiempos de Jesús, los esenios de Qumrán tenían todo un proceso de aceptación de los novicios a la comunidad que culminaba con la comunión de mesa.
La Iglesia cree que la eucaristía es la meta que todas esas comidas anunciaban: comunión definitiva con el Dios que se ha hecho carne.
El antiguo ritual de las comidas no tenía solo un sentido religioso: comer era también una forma de socialización y hasta de participación en el poder.
Es famoso el triclinium, el lugar donde se comía en la domus romana. Es el lugar donde el anfitrión recibe a sus amigos y los eleva a su misma dignidad. Los gobernantes también tenían sus triclinia donde podían acceder sus amigos, aquellos que compartían el poder. En la tierra de Jesús, son famosos los triclinia de Herodes, sobre todo en Cesarea del mar y en el Herodion.
De aquella misma época, son menos conocidos los triclinia de la aristocracia sacerdotal en la ciudad alta de Jerusalén. También son famosos, aunque algo posteriores, los de Séforis, en Galilea.
En los tiempos en los que Herodes acogía en sus comidas a unos privilegiados, cuando los esenios practicaban un ritual gradual para poder ser aceptados en la mesa común, en el tiempo en que los fariseos cuidaban muy bien qué comer y con quién comer, Jesús de Nazaret acude a las casas de los fariseos y de los publicanos, pone su mesa en el campo para la multitud, se deja ver comiendo con los pecadores en cada pueblo y ciudad.
En el Reino que Jesús inaugura, la comida no es un lugar restringido a privilegiados, sino apuesta misionera de un Dios misericordioso para que a todos llegue el alimento de la reconciliación.
La Eucaristía expresa muy bien lo que la Iglesia es y lo que debe hacer.
En primer lugar, la misa es comida familiar que construye la comunión. Nos reunimos para querernos más, para fortalecer nuestros vínculos, para vivir lo que predicamos, para que el nuevo mandamiento del amor fraterno no sea un sueño romántico.
En segundo lugar, por encima de todo, la eucaristía es comunión con aquel que nos da el pan y que se ha hecho pan por nosotros. Comemos con Jesús y comemos a Jesús. Esta comunión con el Señor es la base de la comunión de la comunidad. Somos hermanos porque él nos ha convocado, porque él nos ha hecho hijos de Dios.
En tercer lugar, la eucaristía es comida misionera, mesa puesta en el corazón del mundo para que puedan entrar todos los pecadores.
No es fácil vivir con equilibrio el misterio de la eucaristía. No resulta fácil vivir la comunión con Dios y la comunión humana de forma equilibrada. No es fácil vivir el misterio íntimo de la eucaristía y su carácter abierto y misionero.
En la ruptura del equilibrio de estas dimensiones se basan, muchas veces, las diferencias ideológicas y espirituales en la Iglesia. La eucaristía, con todo su misterio, debería ser sacramento de comunión y se ha convertido, a veces, en excusa para la división. Criticamos la forma de celebrar de los otros; a veces, incluso, nos vamos a comer a otro lado, porque nos da más devoción…
Comer juntos, con el Maestro, nos hace discípulos. Comer juntos, bajo la mirada del Padre, nos convierte en hijos. Comer juntos hace posible el perdón y la reconstrucción de nuestras relaciones. Porque no es cualquier pan lo que comemos.
La fiesta del Corpus se inventó para fortalecer la verdad y la vivencia de la Eucaristía. Más hijos, más hermanos, más misioneros, más reconciliados… ¿Se está consiguiendo? Quiero creer que sí.
Manuel Pérez Tendero