La curiosidad ante una zarza que ardía y no acababa de consumirse llevó a un pastor a cambiar su vida por completo.
Moisés pastoreaba el rebaño de su suegro, en Madián; pero él no era madianita: había huido de Egipto, donde se había educado como un príncipe, porque había defendido a los esclavos hebreos y era ahora perseguido.
Su vida, en la seguridad y lejanía del desierto, estaba hecha: había encontrado oficio, familia y casa para vivir de forma sencilla su paso por este mundo. Pero una zarza cambió su suerte. Gracias a la zarza, a la curiosidad de Moisés, todos lo conocemos ahora. Sin la zarza, probablemente, su vida habría sido más placentera, pero nadie habría conocido su existencia, ni habría cambiado la historia de la humanidad.
La curiosidad de Moisés me recuerda a la de Newton: dicen que construyó su teoría de la gravitación universal porque se preguntó el porqué de una manzana cayendo a tierra. El árbol, la naturaleza, y la pregunta del hombre: la religión judía y la física moderna nacieron de la contemplación y la pregunta, de la curiosidad profunda.
Desde la zarza ardiente, Moisés tiene una experiencia de vocación, de llamada de Dios para liberar a su pueblo. Tendrá que volver a Egipto, dejando su vida asentada, afrontando viejos fantasmas, superando miedos, para liberar a otros, cuando él ya vive liberado. ¿Cuánta fuerza tiene una zarza? ¿Cuánto mueve la curiosidad? No tanto como para cambiar una vida y sostener el éxodo de un pueblo entero contra enemigos poderosos, contra el hambre y las alimañas del desierto, contra la queja y los cansancios del mismo pueblo. Detrás de la zarza, debajo de la inquietud, resuena la voz de Dios que despertó la libertad de Moisés.
Ayer, festividad de san José, recordamos a todos los padres del mundo: también ellos han salido de la comodidad de la familia paterna para fundar algo nuevo, para atreverse a amar y a engendrar un futuro para la humanidad entera.
En la Iglesia católica, la figura de san José sirve también para recordar nuestros Seminarios, el lugar donde se forjan los futuros sacerdotes. Los alumnos que allí estudian también han tenido la experiencia de la zarza. ¿Por qué dejar una juventud que nos prometen sin límites? ¿Por qué construir un futuro, no para mí, sino para que otros sean liberados? ¿Con qué fuerzas atreverse a afrontar al faraón para arrancar de sus garras a un pueblo esclavizado?
La falta de inquietud, la curiosidad sin horizontes, está haciendo peligrar la ciencia y la vocación en nuestra sociedad. No necesitamos jóvenes-masa, sino personas libres que se interroguen, como Newton y como Moisés. Sin ellos, todo seguirá igual, nos manipularán desde arriba y el pueblo seguirá esclavo del farón de turno, que nos obligará a trabajar en sus tareas y nos dará cebollas y comida para mantenernos contentos.
No sé si, como Moisés, será necesario ir al desierto, salir de Egipto uno mismo, para poder despertar la inquietud y hacer posible la vocación. Antes de liberar al pueblo del faraón, Moisés escapó él mismo de la persecución del dueño de Egipto. ¿Podrá ayudarnos a salir, a buscar la libertad, aquel que no ha salido él mismo y se ha atrevido a ser libre?
Necesitamos jóvenes inquietos y valientes, que busquen la verdadera libertad, que no se dejen dominar por el poder y la comodidad, que no se acostumbren a la injusticia. Necesitamos jóvenes que se pregunten por qué caen las manzanas, por qué sufre la humanidad, de dónde viene el fuego interior de una zarza que, a menudo, arde en nuestro corazón.
Ayer, en nuestro Seminario, cuatro jóvenes dieron un paso en su vocación y dijeron públicamente, ante la Iglesia, sus familias y el mundo, que el Señor les ha hablado en la zarza y quieren dedicar su vida a la libertad del pueblo: Miguel, Pedro, Gabriel y Diego. ¡Enhorabuena!
Manuel Pérez Tendero