Este domingo se leerá en nuestras parroquias un comunicado de los obispos de Castilla la Mancha sobre la nueva ley de diversidad sexual. Varias preguntas suscita este comunicado en relación con la situación que estamos viviendo.
Los obispos invitan a todos a leer despacio la ley y a juzgar en conciencia: ¿cuántos la leerán? ¿No se hablará, más bien, desde lo políticamente correcto, desde ideas genéricas que no tienen en cuenta la letra de la ley y sus consecuencias? Puede parecer, a veces, que nuestra sociedad se deja llevar por la marea de la opinión pública, sin discernimiento ni libertad para tener las propias opiniones matizadas.
Por otro lado, los obispos hablan de la relación entre esta ley y una antropología de fondo. La antropología que supone esta ley, ¿es verdadera, se ajusta a la racionalidad? ¿No debería haber un mayor diálogo sobre las bases y las consecuencias de aquello que legislamos y fomentamos? ¿Habría sido posible esta ley en una sociedad sin «pensamiento débil», si no fuera una «sociedad líquida»? Cuando miramos alrededor, en los colegios, en la universidad, en las televisiones, en las redes sociales: ¿nos da la impresión de estar ante una sociedad que razona y dialoga, que se interroga más allá de los tópicos que nos imponen desde fuera?
La antropología de base, dicen los obispos, no solo está en desacuerdo con la razón, sino con la revelación bíblica. Parece que el fondo de esta ley es incompatible con la naturaleza íntima del cristianismo: ¿es esto cierto? La intención de la ley es muy loable y necesaria: evitar toda discriminación y toda violencia, de cualquier tipo. Pero parece que habría que distinguir entre la intención y el contenido; como dirían los antiguos: distinguir entre el fin y los medios.
Si la antropología de fondo no es acorde con la revelación bíblica, ¿cuál es la opinión de los cristianos, cuál ha de ser su actitud? Los miembros de la Iglesia, ¿escucharán este comunicado como una «opinión» de los obispos, o como una seria orientación que tiene que ver con la esencia de su fe y con los fundamentos de su vida?
Es posible que esa «falta de reflexión y hondura» que vive nuestra sociedad, caminando y gritando a golpe de tópicos, esté también introducida profundamente en la Iglesia. ¿Cuántos creyentes se preocupan por vivir coherentemente aquello que creen? ¿Cuántos se preguntan sobre la voluntad de Dios en este momento que nos ha tocado vivir? Sigue siendo verdad la frase de san Pedro, repetida en los orígenes del cristianismo: «Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres». Pero, ¿quién se atreve a buscar la voz de Dios? ¿Quién se esfuerza por encontrar sus caminos en esta época de desconcierto y superficialidad?
El comunicado de los obispos no va dirigido solamente a nuestra sociedad, con respeto y espíritu de diálogo, sino a todos los creyentes: es importante que reflexionemos sobre la verdad de nuestra fe y sus consecuencias para el pensamiento y la moral. En el corazón de la Cena, el discípulo Tomás le hizo a Jesús una pregunta fundamental sobre lo que teníamos que hacer. Jesús respondió de forma clara y solemne: «Yo soy el camino, la verdad y la vida». La verdad, sobre Dios y sobre el hombre, que sostiene nuestra reflexión es Jesús de Nazaret. El camino, las decisiones concretas que hemos de tomar, tienen también su clave en Jesús de Nazaret.
Junto a la falta de reflexión, humana y creyente, creo que también juega un papel fundamental en estos tiempos el miedo. La ideología se impone desde el manejo de la opinión pública y no sin amenazas. Además de hondura y reflexión, hace falta mucha valentía para poder pensar por uno mismo en estos tiempos que nos ha tocado vivir.
Los obispos de Castilla la Mancha han de saber que no están solos: son los pastores de una Iglesia que sigue esforzándose por servir a la humanidad desde los caminos liberadores de Jesús de Nazaret.
Manuel Pérez Tendero