En el siglo décimo, desde la lejana Babilonia, el rabino Saadyah fue el primer pensador judío que, sistemáticamente, cuestionó el dogma de la Trinidad. Ninguna religión ha entendido ni aceptado la insistencia cristiana al afirmar tres personas en la unicidad de Dios. Para Saadyah, no obstante, los cristianos deben ser respetados como verdaderos creyentes en Dios, puesto que el entendimiento que tenemos sobre la Trinidad –en nuestros mejores teólogos, no en su versión popular–, no es otra cosa que un modo de personificar los atributos divinos. ¿Es esto verdad?
Para muchos pensadores, Jesús fue un judío que predicó, vivió y entendió su muerte desde unas perspectivas netamente judías. Solo más tarde, bien por obra de Pablo o, según otros, de los Padres de la Iglesia, se habrían introducido conceptos ajenos al judaísmo que, procedentes de culturas y cultos orientales, convirtieron al cristianismo en una religión sincretista.
¿Qué piensa un cristiano “de a pie” del dogma de la Trinidad? ¿Cómo lo concibe? Sobre todo, ¿cómo influye en su vida y en su fe?
En el proceso creyente de Teresa de Jesús, la santa de Ávila pasó de una oración a Dios, a un descubrimiento de Cristo y su humanidad para, en un tercer momento, abrirse a una oración trinitaria, eso sí, sin abandonar la mediación necesaria de la humanidad de Jesús.
Eso que Teresa experimentó, eso que los teólogos se esfuerzan en comprender para explicar, ¿cómo lo viven los cristianos? Y, lo que es más importante, ¿tiene que ver con el mensaje de Jesús, con la propia comprensión de su misión y de su persona frente a Dios?
En toda la obra y el mensaje de Jesús vemos una relación de continuidad y novedad con respecto a su matriz judía. Esta relación, por otra parte, está también presente en los mismos profetas de Israel. Jesús ha vivido y pensado como judío, con las palabras y las imágenes del Antiguo Testamento. En esas Escrituras, precisamente, está una de las claves de su novedad.
Ya los sabios de Israel habían hablado, con atrevimiento, de la Sabiduría con unos rasgos de personificación que van más allá de lo puramente literario. También el Espíritu de Dios aparece con una presencia cada vez más clara e independiente en los textos más tardíos; pero… nada hacía presagiar la novedad.
Junto a la clave profética, junto a los antecedentes atrevidos que el Antiguo Testamento nos regala, los discípulos de Jesús han aprendido a comprender a Dios desde la experiencia filial única de su Maestro.
Hablar de una naturaleza y tres personas ha sido el lenguaje más adecuado que la mente humana ha encontrado para expresar el misterio; pero la realidad está ahí: Dios es Padre en su esencia, antes de crearnos; ¿de quién podría ser Padre en su soledad absoluta y eterna? Jesús es Hijo en su esencia, como ningún ser humano ha sabido expresar nunca. Dios es amor en sí mismo, antes de que ninguna criatura existiera para ser amada; Dios es amor por dentro, por siempre.
El dogma de la Trinidad, como el concepto de persona, no son importaciones espurias de culturas orientales, sino la consecuencia de la experiencia del Dios de Israel que un judío del siglo primero de nuestra era vivió y transmitió a sus discípulos.
Dios es misterio: nuestra mente y nuestro corazón no pueden abarcar y delimitar su omnipotencia. La razón puede intentar comprender –es lo que ha intentado la teología católica durante siglos– este misterio, pero la Realidad no se deriva de nuestra mente: la precede y le es dada como dato de amor que nos llama a ensanchar corazón y entendimiento para acoger y amar.
Como diría san Juan de la Cruz, “aunque es de noche, bien sé yo la fonte que mana y corre…”
Manuel Pérez Tendero