Austeridad, desprendimiento, carencia de medios: es una de las características que Jesús de Nazaret exigió para sus discípulos al enviarlos a participar en su misión apostólica de anunciar el Reino. En el fondo, se trata de imitar al mismo Jesús, el Hijo de Dios poderoso que, para salvar al hombre y construir el Reino, se despojó de su rango y transformó su omnipotencia en debilidad.
En una ocasión, el mismo Jesús propuso una parábola que explicaba esta estrategia suya de construcción desde abajo. Cuando un rey no tiene ejército para defenderse ante otro rey que le ataca, debe buscar condiciones de paz. Cuando un hombre emprende la construcción de una torre, si no tiene medios para terminarla, debe no empezarla porque, dejándola a medias, se convertirá en ocasión de burla para sus paisanos. Lo mismo sucede con el Reino. ¿Lo mismo? ¡Más bien lo contrario! “El que no renuncia a sus bienes no puede ser discípulo mío”. Es decir, los “medios” con los que debe contar el constructor sabio del Reino es la ausencia de medios, el despojo.
¿Es esto algo más que bella poesía o tentación de ideología? ¿Es solo un tema para la espiritualidad, para la oración en soledad? ¿O debe ser, de veras, el camino de los discípulos enviados?
El envío de los Doce es registrado en los tres evangelios sinópticos. Pero el despojo es más intenso en los más tardíos: Según Marcos, se puede llevar bastón y sandalias. En san Mateo, en cambio, no se permiten ni siquiera las sandalias y el bastón. En Lucas, por otro lado, tenemos dos envíos diferentes, pero también se prohíben las sandalias en uno y el bastón en el otro.
¿Cómo san Marcos, siendo más antiguo, es menos exigente en el despojo? Es posible que Mateo y Lucas, que conocen otra fuente además de Marcos, hayan tomado de esa fuente –designada con la letra Q por los expertos– la prohibición radical del bastón y las sandalias.
¿Es el Jesús de san Marcos menos exigente que el de Q y el de Mateo y Lucas? ¿O hay un mensaje en el bastón y las sandalias que deben llevar los apóstoles?
Cuando Israel habita en Egipto y está a punto de ser liberado por Moisés, cenan la Pascua de forma apresurada, dispuestos a salir en cualquier momento de la noche. No comen con el atuendo del hogar, sino con los atavíos del camino: “Con la cintura ceñida, los pies calzados y el bastón en la mano”. En numerosas ocasiones el AT sirve de clave para comprender los gestos y las palabras de los judíos, también de Jesús.
Cuando envía a sus discípulos, no se trata solamente de marchar ligeros, despojados, sino de repetir el éxodo, la liberación, la marcha del pueblo hacia la tierra de promisión. Todo el ministerio público de Jesús, compartido por los Doce, es una gran Pascua, una convocatoria general del pueblo para iniciar un nuevo éxodo, una marcha hacia un Hogar del que aquel primer éxodo no era sino ensayo y boceto.
Fundar la Iglesia, por tanto, no es transmitir un mensaje que se convierte en la religiosidad de unos –pocos o muchos– creyentes. No es transmitir ideas o normas de conducta, no es ofrecer una cosmovisión válida para el mundo antiguo o moderno. La palabra griega “iglesia” significa precisamente eso: “convocatoria”, literalmente, “llamar desde”, como el éxodo, con cuya palabra comparte la primera preposición (ek) que indica salida.
Evangelizar es convocar, llamar a salir de lo de siempre, invitación a hacer un camino de liberación definitivo para el que Dios nos ha enviado un pastor: el judío Jesús, su Hijo encarnado.
Evangelizar no es llevar recetas de tranquilidad, bondad, o revolución, a personas que viven bien o que no se sienten satisfechas. Evangelizar es poner en movimiento, invitar a salir, mostrar las espaldas de Jesús, el rastro de su misericordia, para que podamos encontrar el camino más humano que Dios construye con el hombre.
Manuel Pérez Tendero