Como todos los años, el domingo de Ramos se leerá en nuestros templos el largo relato de la Pasión. Como tenemos cuatro evangelios, el viernes santo se lee la Pasión según san Juan; el domingo de Ramos, en cambio, se lee cada año un evangelio diferente: san Mateo, san Marcos, san Lucas. Este año, en el ciclo trienal de las lecturas, resonará en nuestras iglesias la Pasión según san Lucas.
¿Cuáles son los subrayados de este evangelista? Cada autor presenta desde una perspectiva diferente los últimos días de Jesús. Vamos a subrayar algunos de los rasgos específicos de san Lucas en su relato de la Pasión.
En la última Cena, Lucas insiste en el carácter pascual de la comida. Ahí, en un precioso diálogo con los discípulos, les va a dar una enseñanza sobre el servicio y la humildad. Está naciendo la Eucaristía: en la mesa, los discípulos aprenden a servir, como su Maestro. La eucaristía es, desde la perspectiva de la cruz, una escuela de humildad y servicio a los demás.
Jesús, para san Lucas, es el Justo injustamente perseguido. El tercer evangelista subraya como ningún otro la inocencia de Jesús: Pilato lo dice por tres veces, y se da por supuesto también en Herodes. Al final, el centurión lo confiesa solemnemente después de muerto. Como el Siervo de Dios que anunciaba Isaías, Jesús es el inocente que muere por los culpables, que es tratado como un malhechor para el bien de todos.
Como en el resto del evangelio, Jesús es hasta el final la presencia de la misericordia de Dios. Por eso, en el momento del prendimiento en Getsemaní, cuando es herido uno de los perseguidores, solo san Lucas nos dice que Jesús curó la oreja del criado del Sumo sacerdote: el Justo hace el bien también a aquellos que le persiguen.
En la misma línea, cuando está agonizando, Jesús reza en la cruz por sus perseguidores: «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen». Es el único evangelista que pone estas palabras en boca de Jesús. El Justo no es solo inocente, sino intercesor por los culpables. La voluntad del Hijo de Dios acepta libremente, de forma consciente, su sacrificio por los pecadores, por sus propios enemigos. Mientras muere, Jesús reza a Dios por aquellos que lo matan.
También manifiesta Jesús su misericordia hasta el final en el diálogo con los malhechores que mueren con él. «Hoy estarás conmigo en el paraíso», le dice al ladrón que reconoce su culpa y reza a Jesús. Aquí también aparece la importancia que da san Lucas a la conciencia y la libertad de todos. Jesús no solo muere objetivamente para salvar a los pecadores: quiere que el pecador sea consciente de ello, quiere que el pecador se implique con su libertad y oración en la salvación que el Justo le regala.
Al morir por nosotros, Jesús quiere dialogar con nosotros, quiere que pongamos en sus manos el peso de nuestro pasado, todo el barro de nuestras culpas. Como diría san Agustín: «Dios, que te creó sin ti, no te salvará sin ti». En el buen ladrón estamos todos representados: cuando vivimos las consecuencias de nuestro pecado, se abre una puerta de esperanza en la presencia de Jesús que ha venido a compartir nuestra suerte. Él no tenía que estar en la cruz, nosotros, sí; él ha venido para salvarme: sufre y muere conmigo para abrirme una puerta más allá del sufrimiento y de la muerte.
En sus últimas palabras también aparece la originalidad de la Pasión según san Lucas. Jesús muere recitando un Salmo, como en san Marcos y san Mateo, pero el Salmo es diferente.
San Marcos y san Mateo ponen en boca de Jesús el comienzo del Salmo 22: «¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?». Es el Salmo del justo sufriente que reza a Dios cuando experimenta su lejanía. San Lucas, en cambio, pone en boca de Jesús el Salmo 31: «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu». Se expresa, así, una confianza total de quien se sabe Hijo en las manos cariñosas de quien nunca nos abandona.
Una de las claves de la Semana Santa debería ser la lectura de los textos que nos dan el ambiente y el sentido de todo lo vivido por Jesús. Ojalá que, entre tanta vacación y tanta celebración, tengamos tiempo para la Palabra, para el silencio, para la escucha.
Manuel Pérez Tendero.