Ayer tuve la suerte de participar en la profesión religiosa de una joven sevillana que ha forjado parte de su vocación viviendo en nuestra tierra de Ciudad Real.
Su voz sencilla resonaba en los muros de la iglesia y su eco llegaba hasta lo íntimo del corazón de quienes la escuchábamos. Creo que ese eco también llegó, claro y firme, más allá de nuestra orilla, allí donde escuchan los santos y Dios mismo.
La fórmula de su profesión religiosa comenzaba con una intención nítida: “Para gloria de Dios”. Nuestra joven no buscaba su propia realización, ni crecer en dinero o en fama. No buscaba su propio brillo, sino el de Dios, aquel a quien no vemos, pero cuya misericordia cambia, cada día, la vida de muchos.
El final de la fórmula volvía a hablar de una finalidad en la profesión: “Para alcanzar la caridad perfecta en el servicio de Dios y de la Iglesia”. La intención es servir, amar, estar disponible para construir la felicidad de los demás.
Debajo de esta fórmula es imposible no escuchar el eco de tantas palabras de Jesús que resuenan desde los evangelios y todos hemos meditado alguna vez.
Esta es la gran belleza del gesto de Carmen, nuestra profesa feliz: la palabra se ha convertido en acontecimiento. Su persona, a partir de ahora, grita la verdad del Evangelio con algo más que palabras. Se puede vivir solo para Dios, se puede encontrar la felicidad poniéndose al servicio de los demás. El amor puede significar algo más que un sentimiento romántico o la búsqueda de satisfacción afectiva en el otro: amar es servir, salir de uno mismo y vivir para que los demás tengan esperanza.
¿Se puede consagrar una vida entera a la gloria de Dios? ¿Merece la pena? ¿Se puede gastar la juventud en el servicio a los demás? ¿Cuál es el misterio de la vocación?
Muchos creyentes tienen sentimientos religiosos, tradiciones ancestrales, costumbres más o menos piadosas. Algunos de ellos se atreven también a ser practicantes, incluso a colaborar con la Iglesia en alguna de sus tareas. Pero es mucho más difícil entregar la vida por entero al Evangelio, dejarlo todo por Jesucristo.
Cuando la fe se enfría, las vocaciones escasean. ¿Por qué hay tan pocas vocaciones entre nuestros jóvenes?
Quizá la pregunta acertada sea la contraria: ¿por qué surge, en algunos, el milagro de la vocación? ¿Qué fuerza puede mover la libertad de una persona con toda la vida por delante para ponerla a los pies del Crucificado? ¿Cuál es el misterio de la consagración de una persona joven al servicio de aquellos a quienes nadie busca?
Es imposible vivir sin amor; no merece la pena. Ahí está, tal vez, la clave de todo y el misterio de Carmen: ha descubierto el amor, Alguien le ha tocado el corazón, ha sido amada con tanta intensidad que puede repartir amor entre los que nadie ama.
Muy cerca de Carmen, una joven paisana suya escuchaba con mucha atención y miraba hacia el interior: iba a iniciar, ella también, el mismo proceso de Carmen, unos años de preparación para que un día, si Dios hace el milagro y su libertad se atreve, pueda llegar a consagrar su vida también a la gloria de Dios y al servicio de los hermanos.
Muchos amigos jóvenes estaban presentes. Todos compartían la emoción. ¿Podrá el gesto de Carmen interrogar sus vidas? ¿Qué hemos de hacer con nuestra juventud y nuestro futuro? ¿Hacia dónde orientar nuestra capacidad de sentir y nuestros deseos de amar?
Todavía hay mucha vida en nuestras familias y mucho fuego creyente en nuestra sociedad. Dios sorprende siempre y los jóvenes también, la libertad sigue viva entre nosotros.
Falta poco tiempo para que otras mujeres jóvenes entreguen su cuerpo y su alma al servicio de Dios y de los pobres. Jesús de Nazaret, el Maestro, el Amigo, no dejará de despertar voluntades para construir el Reino siguiendo sus huellas.
Manuel Pérez Tendero