¿Saben ustedes cuándo va a ser el fin del mundo?
Parece ser uno de los temas de mayor preocupación de nuestra sociedad, tanto entre los creyentes como entre los no creyentes. Desde dos extremos bien lejanos, unos y otros anuncian un fin inminente de este mundo. Los unos, porque reconocen signos apocalípticos en la increencia de la sociedad y sus opciones éticas. Los otros, muchos de ellos partícipes de esas opciones éticas que los primeros rechazan, ven inminente el fin por razones ecológicas y de medio ambiente.
Aunque la obsesión parece la misma, no parece igual la actitud. Los primeros, parece que quieren acelerar el fin de los tiempos: las cosas no van bien y solo Dios puede solucionar esto de una forma drástica. Los segundos, en cambio, parece que quieren rechazar ese fin que ven inmediato: el ser humano y sus dirigentes, si se apuntan a una ideología bien concreta, podrán frenar el apocalipsis.
Al final, ¿quién podrá más, la ideología o la apocalíptica?
El miedo parece ser, también, la consecuencia de ambas posturas.
Jesús de Nazaret, en el que muchos creemos, también habló del final de los tiempos. Él mismo, con su misión y con su muerte, sobre todo con su resurrección y el envío del Espíritu de Dios, tenía conciencia de estar iniciando el final de los tiempos.
Pero Jesús sabía, también, que la apocalíptica iba a ser utilizada por muchos para confundir a las personas. Por eso, dejó dos cosas claras que podemos leer en los evangelios: el fin es inminente, debéis saber leer los signos de los tiempos para estar preparados, pero ese fin no podemos controlarlo, está en manos de Dios y nadie sabe cuándo llegará. Por ello, cuando alguien intente engañaros con miedos apocalípticos, no le hagáis caso: así comienza el discurso escatológico en san Marcos.
Creo que Jesús no se apuntaría a la apocalíptica fundamentalista ni a la apocalíptica ecologista. Quizá, lo peor de estas simplificaciones es que hacen olvidar a la gente sensata una verdad muy grande: el fin es inminente, el Reino ya ha despuntado. Si confundimos la escatología con sus exageraciones apocalípticas le hacemos un flaco servicio a la esperanza cristiana y a la llegada del Reino.
“Todo está a punto de acabar”, dice san Pedro. Es cierto, pero nuestro tiempo no es el de Dios y, sobre todo, no podemos controlar los ritmos. Aunque muchos intenten lo contrario, sobre todo con el arma del miedo, solo Dios es el Señor de la historia.
Además de prevenirnos contra todos los engaños, Jesús también dejó dicho a sus discípulos que no tuvieran miedo. Nos encaminamos hacia una liberación, no solo de la humanidad, sino de toda la creación. Nos encaminamos hacia un encuentro: con el Creador, con aquel que nos ha creado y nos ha rescatado, un encuentro con el Hijo de Dios, que es el rostro de la misericordia.
Como cada mes de noviembre, al finalizar el año litúrgico y al comenzar el Adviento, la Iglesia se atreve a hablarnos de nuevo sobre el fin, sobre la dimensión radicalmente futura de la vida humana y de la fe cristiana.
Aunque haya muchos que tergiversen el mensaje, no podemos callar un contenido fundamental del Evangelio de Jesús. No podemos dejar la palabra sobre el futuro en manos de los apocalípticos fundamentalistas, de un signo o de otro.
No podemos dejar de hablar: el mundo debe superar el miedo y despertar a la esperanza; ahí radica la diferencia fundamental entre los fundamentalismos y el mensaje de Jesús.
También en esto, el Maestro de Galilea nos dice que aprendamos a interpretar los signos: su palabra se distingue muy bien de la palabra de los hombres que quieren moldear a su gusto el Evangelio. También en esto, “por sus frutos los conoceréis”.
Manuel Pérez Tendero