¿Quién gobierna, realmente, el mundo? Las respuestas son numerosas y, a menudo, contradictorias entre sí. La Biblia habla del «Príncipe de este mundo», una figura sobrehumana que estaría detrás de toda la mentira y las violencias de la historia. Este Príncipe tendría sus secuaces, personas que colaboran para extender su dominio sobre el hombre en todas las dimensiones de la vida.
Este domingo, la Iglesia celebra la resurrección de Jesús de Nazaret, el primer hombre de la nueva humanidad. La resurrección significa la victoria sobre la muerte y sobre el mal. «En el mundo tendréis luchas –les había dicho Jesús a sus discípulos–, pero no tengáis miedo: yo he vencido al mundo».
Según los textos del Nuevo Testamento, Jesús ha sido constituido Señor por medio de la resurrección, Dios le ha dado «todo poder en el cielo y en la tierra». Si esto es verdad, si la Biblia es algo más que un mito, quien gobierna la historia realmente no es ningún potentado ni político, tampoco las fuerzas del mal: el Señor de todo el universo es Jesús de Nazaret, el hijo de María, el carpintero de Galilea.
El Nuevo Testamento también se pregunta que, si esto es verdad, ¿por qué sigue habiendo todavía violencia y sufrimiento, por qué los poderosos siguen sembrando la injusticia por doquier?
Jesús de Nazaret, antes de resucitar, antes de morir en la cruz en tiempos de Poncio Pilato, habló en parábolas a sus discípulos. Predicó un reino que ya estaba comenzando, pero que se parecía a las semillas. Como la semilla de mostaza: empieza pequeño y crece poco a poco; pero crece por sí solo, como la semilla que el sembrador echa en tierra.
Este es el gobierno del Resucitado sobre este mundo: firme, pero en camino. Si no fuera así, el mundo ya habría terminado. Vivimos un tiempo de prórroga, de paciencia, un tiempo de libertad. La fe cristiana consiste en esto mismo: saber, a pesar de todas las apariencias, que el bien ha triunfado y la muerte ha sido vencida para siempre. Este saber no brota de ninguna filosofía nueva, sino de un acontecimiento, de un encuentro: Jesús de Nazaret ha resucitado.
¿Por qué no se ha aparecido a todos? Él no quiso bajar de la cruz, ante las burlas de las autoridades, para demostrar que era el Hijo de Dios. Tampoco ahora baja de los cielos para demostrar nada: su estilo sigue siendo el que comenzó en Belén y en Nazaret, el que culminó en la cruz: construir desde abajo, vencer desde la pequeñez.
La dinámica de la fe, que hace posible la libertad del hombre, tiene que ver con el testimonio: la resurrección es real y definitiva, pero se extiende entre los hombres como una semilla, sin forzar la libertad de nadie, pidiendo que compartamos el estilo del Crucificado y su forma de vencer. Gracias a la resurrección, la encarnación se ha hecho definitiva y la cruz se ha convertido en el estilo para extender la victoria del bien.
Jesús se ha aparecido a unos escogidos, sus discípulos, para que sean sus testigos y siembren el Reino en su nombre, bajo la sombra de su luz y su victoria.
La fe es necesaria para comprender el sentido de esta historia y su juego de poderes. Cuando todo el mal ha sido vencido, la injusticia y la muerte no tienen la última palabra. Por eso, porque existe fe firme en la victoria de Jesús, es posible la esperanza. Por eso, el miedo deja de ser ya el arma de los poderosos para arrancarnos la libertad y desanimarnos en la lucha.
Los creyentes pensamos que el Señor de este mundo es Jesús de Nazaret: desde esta convicción amamos y sufrimos, sembramos y aprendemos a perseverar. No se trata solamente de nuestro destino individual: el destino de la historia del cosmos está en manos del Crucificado de Galilea.
En la Pascua ha pasado algo: Cristo ha pasado de este mundo al Padre y la humanidad, como antiguamente el pueblo de Israel, empieza a salir de Egipto para dirigirse, por el desierto presente, a la Tierra Prometida definitiva.
Manuel Pérez Tendero.