«El buen gobernante es aquel que no quiere gobernar a otros, pues ya tiene bastante con el gobierno de sí mismo. El buen gobernante debe tener la misma disposición de Cristo para con su Padre y posponer todo, hacienda, honra y vida, en favor del bien público».
Son palabras de Juan de Ávila, una figura destacada del Siglo de Oro español, que nació en un pueblo de Ciudad Real, Almodóvar del Campo.
Estas palabras fueron citadas el pasado sábado, nueve de octubre, en Almodóvar, durante una conferencia que pronunció José Cuesta Revilla, profesor titular de Derecho Administrativo de la Universidad de Granada.
Cada año, con motivo del aniversario de la proclamación del santo Ávila como doctor de la Iglesia, se organizan estas Jornadas Avilistas.
El tema de la ponencia era «San Juan de Ávila y el poder». No solamente fue santo y doctor nuestro paisano, apóstol de Andalucía, sino un gran humanista y literato. Fue maestro, no solo de sacerdotes y santos, sino de políticos y hombres de estado.
La ponencia del profesor Cuesta, comentando la doctrina política del maestro Ávila, sería un valioso comentario para la lectura evangélica que se proclamará este domingo en nuestras parroquias y comunidades: «Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos».
Decía hace unos años un buen amigo mío que el liderazgo consiste en servir; buen comentario, también, a las palabras de Jesús. Buscar, no el propio bien, sino el bien público, incluso a costa de los propios bienes: esa es la finalidad del gobierno. Gobernar, ponerse al frente de un pueblo, no es dominar a las personas, convertirlas en marionetas que hacen o –lo que es peor– piensan lo que el gobernante decide.
Dominar los medios de comunicación y los estados de opinión, controlar la vida de las personas, intentar moldear su forma de pensar y de sentir: el poder puede llegar a ser diabólico. Entendido de esta manera, ciertamente, todo poder sería una forma de esclavitud.
La libertad queda reducida a los canales que puedo ver en televisión o el tipo de relaciones que quiero establecer con las personas; pero se oscurece la libertad de pensamiento, el espíritu crítico, la hondura, la diferencia.
El poder no puede ser un medio para dominar las conciencias, sino un servicio a las personas, al bien común de la sociedad.
Por otro lado, san Juan de Ávila también dice que «el buen gobernante es aquel que sabe rodearse de ayudantes expertos, curtidos en años y no mancebos. El buen gobernante es aquel que sabe preguntar a quien sabe más que él y es manso pues la ira priva de razón. El buen gobernante debe ser riguroso en obras, dulce en palabras, largo en deliberar y breve en la ejecución”.
Ya sabemos cómo funcionan los mecanismos de elección de los asesores. Cuando el gobernante se endiosa, nadie cabe cerca de él, a no ser los que le adoran. Hasta sus mismos amigos, tarde o temprano, quedan eliminados. Escuchar a personas que piensan diferente es una cualidad del sabio, pero es una cualidad rara en nuestra cultura, también entre los que nos gobiernan.
Al buen gobernante no le conduce la ira, sino la mansedumbre, porque la ira oscurece la razón e impide elegir lo correcto. Al buen gobernante lo educa la vida, la reflexión, la escucha, el sufrimiento; lo educan las personas cuando sabe mirar más allá de sí mismo y le ha conmovido el dolor.
San Juan de Ávila, maestro de gobernantes, doctor en la autoridad. Sus palabras sabias nos muestran siempre un modelo: el Maestro-Pastor que supo dar la vida por sus discípulos.
Manuel Pérez Tendero