«Toda tierra extraña es patria para ellos, pero están en toda patria como en tierra extraña. Igual que todos, se casan y engendran hijos, pero no se deshacen de los hijos que conciben».
Estas palabras fueron escritas por un cristiano en el s. II después de Cristo y forman parte del llamado Discurso a Diogneto. Estamos en los albores de la Iglesia y este autor anónimo intenta explicar el estilo de vida cristiano. En este párrafo se presenta el cristianismo desde un conjunto de bellas paradojas: existe continuidad, pero también diferencias entre el nuevo estilo de vida y el que siguen los habitantes del Imperio.
Una de estas diferencias radica en el tema de la muerte de los hijos concebidos. Los cristianos, desde el principio, se diferencian de la práctica pagana del infanticidio y el aborto. Como vemos, las cosas no han cambiado demasiado en dos mil años. Viviendo lo que predicaban, los miembros de una nueva religión fueron transformando el alma del Imperio romano.
Algunos autores dicen que estamos, desde hace años, viviendo una nueva edad media en occidente. Es posible. Desde mi punto de vista, también estamos viviendo una etapa muy parecida a la del antiguo Imperio de los romanos. El poder enorme de la burocracia, los adelantos técnicos que hacían posible una vida más placentera y un comercio que enriquecía a muchos, las grandes diferencias económicas y sociales entre los patricios y los plebeyos; existe un gran parecido, muy particularmente, en la gran propaganda que se hacía desde el poder para moldear la opinión del pueblo, ofreciéndole pan y circo, entretenimiento y algo de comer: saciados y entretenidos para ser fáciles de gobernar.
Otra característica que se repite, creo yo, es la prepotencia del Imperio: las demás culturas están por debajo, deben ser gobernadas por Roma, que ha surgido para ser, por voluntad de los dioses, quien gobierne y civilice el mundo. Todos los países deben ser conquistados para formar parte de «la civilización», de la cultura única, la que marcaba la nueva capital del mundo.
También existen paralelos con nuestra época en la falta de alma en un Imperio tan poderoso. La gente vivía según la forma romana, eran gobernados por sus ejércitos, pero buscaban el sentido de sus vidas en otro sitio. En el Imperio pululaban las religiones y filosofías de Oriente, sobre todo las que tenían que ver con los cultos mistéricos de iniciación. Los mismos emperadores participaron de estos ritos en muchas ocasiones.
El pan y el circo, las buenas comunicaciones y los adelantos técnicos pueden ser vitoreados y pueden acallar nuestra humanidad durante un tiempo, pero el ser humano tiene sed de otras cosas.
Durante cuatro siglos, poco a poco, el cristianismo se fue extendiendo, desde abajo, como una nueva alma que llenaba de esperanza a aquellos que buscaban un sentido para sus vidas.
¿Será también este el sino de nuestro tiempo? La falta de alma y esperanza es también algo que se repite en nuestra sociedad. Frente a todo ello, la apuesta por la vida y por los últimos, el testimonio firme de que el hombre está llamado a un fin sobrenatural, serán el alma que el cristianismo seguirá ofreciendo, siglo tras siglo, a los hombres y mujeres de todos los tiempos.
Me recuerda también nuestra sociedad a los albores de la humanidad, tal y como los presenta la Biblia: la serpiente tienta a la mujer para desobedecer a Dios y conseguir la vida plena por sí misa. La mujer y el varón comen de la fruta de la desobediencia y se dan cuenta del engaño cuando ya es demasiado tarde. Pero Dios, no la serpiente, sigue cuidando de sus criaturas. Al final del relato, la capacidad de Eva para ser madre es un signo de futuro para que el pecado sea vencido y se pueda reconstruir la vida de los hombres.
Pero la serpiente se esfuerza en terminar su obra a lo largo de la historia: la desobediencia será definitiva si la mujer deja de concebir; la fecundidad es la gran enemiga del poder del tentador. Separar a la mujer del varón y quebrar la maternidad: ahí está el programa secular de la serpiente. Pero ya se cumplió la profecía y seguirá cumpliéndose: la mujer pisará la cabeza de la serpiente y abrirá caminos de futuro.
Manuel Pérez Tendero